Con cada relevo generacional hay palabras y expresiones del idioma que van quedando en desuso. Ocurre con el lenguaje de nuestras abuelas, aquéllas que nacieron antes de la guerra y que se vieron obligadas a sortear las convenciones morales nombrando a las cosas de otra manera, ejerciendo una autocensura continua que vista hoy resulta casi entrañable pero que son reflejo de un tiempo condicionado por el miedo y la opresión.
A mi abuela, por ejemplo, le gustaba La Marsellesa; melódicamente, quiero decir, no como una de las protagonistas de Casablanca, puesta en pie con lágrimas en los ojos. Y me contaba que un día que sonaba en la radio subió el volumen en exceso. Al momento llegó su cuñado desde la calle para decirle que la quitara corriendo no fueran a meter a alguien de la casa preso. Como para no llamar las cosas por otro nombre.
Así, nuestras abuelas, cuando alguien moría de cáncer, decían que había muerto “de una cosa mu mala”; cuando sabían que el hijo de una vecina salía con la hija de otra decían que “el hijo de Pepi le habla a la hija de Cristobalina”; y nunca pronunciaban la palabra novio, sino pretendiente: lo de novio era sólo para el pasillo de la iglesia hasta el altar el día de la boda. Hoy en día todas esas expresiones se han perdido, pero tampoco las hemos sustituido por otras más auténticas. ¿Desde cuándo no les presentan los hijos de unos amigos a su novia o a su novio? En todo caso, les habrán presentado a su “pareja” o a su “chico-chica”. Incluso los que todavía presumen de “irse de putas” te dicen que han pasado la noche con una “escort” o con una “milf”, como si el recurso adecentara su conducta. Antiguamente imperaría la autocensura, pero ahora son los complejos.
De todas esas expresiones ya casi en desuso, hay una que no debería perderse, aunque, como en este caso, sólo sirva para aplicarla en el terreno de la política: la figura del pretendiente. De hecho, la primera acepción de la palabra en el diccionario de la RAE es: “Que pide o solicita un puesto o cargo”.
Por citar un caso concreto, al PSOE en Jerez le han salido siete pretendientes en el último mes: cinco de Ganemos Jerez y dos de Izquierda Unida. Los siete quieren entrar a formar parte del gobierno para crear un bloque sólido de izquierdas al frente de la ciudad. Sólo ha faltado que esta semana, en vez de citarse el viernes, lo hubieran hecho el día de los enamorados para ensalzar la motivación de su petición. El problema es que, de momento, no parece un amor correspondido, ni aunque lo vistan como Siete novias para siete hermanos, o, al menos, la postergación de la respuesta no parece una buena señal; nunca lo ha sido a la hora de establecer una relación.
Dos semanas después de la primera cita, el PSOE ha respondido con un análisis de los 133 puntos programáticos que les trasladaron desde la agrupación de electores e IU. Un análisis en el que el actual gobierno expone con cuáles está de acuerdo, con cuáles no y cuáles son, además, irrealizables en virtud de los criterios técnicos. Para los pretendientes se ha convertido en todo un avance, en una buena señal -nunca hubo pretendientes desesperanzados-, pero ni rastro del posible enlace porque, en el fondo, ¿dónde se ha visto un pretendiente que establezca “criterios innegociables”?. Y por ahí no va a pasar la alcaldesa, no van a pasar los integrantes de su gobierno -serán pocos, pero no estúpidos- y no va a pasar el partido.
A Raúl Ruiz Berdejo ya le mosquean tantos rodeos, tantas evasivas, y a Santiago Sánchez tantas “filtraciones interesadas”, pero, más aún, que después de la reunión del viernes con quien el gobierno vaya a hacerse la foto sonriente sea con los gerentes de Aquajerez. La contraoferta del PSOE para gobernar es poco probable que satisfaga sus aspiraciones, pero será entonces cuando, tal vez, podamos hacernos una medida real de si a lo que asistimos es a un intento auténtico de lograr un gobierno en favor de la ciudad o una puesta en escena para reforzar posiciones de cara a 2019.