Los Óscar podrían batir este domingo un nuevo récord si conceden la estatuilla a la película más larga nominada hasta la fecha. Se trata del documental O.J. Made in America. Dura casi ocho horas, y les puedo asegurar que es excelente, adictiva, un gran compendio de géneros en un solo trabajo: desde el periodismo de investigación al drama judicial, desde el estudio sociológico al thriller, desde el retrato de personajes al vértigo colectivo y la denuncia racial. La historia de la “América” contemporánea descrita a partir de una figura legendaria del deporte, OJ Simpson, que acabó en los tribunales a causa de un doble asesinato y muchos años más tarde en la cárcel por un delito menor.
La propia gala de los Óscar dura algo menos que la película, unas seis horas si le añadimos las imprescindibles dos previas de alfombra roja, y en ningún caso se hace aburrida, aunque el traductor simultáneo le quite brillo a los momentos de humor: imposible captar los juegos de palabras o las referencias enmascaradas a los invitados y a las películas que compiten, pero como espectáculo es la referencia.
No sé si han contabilizado cuántas horas han dedicado a la lectura de El Quijote, Los miserables, Memorias de Adriano, Rayuela, Anna Karenina, En busca del tiempo perdido o 2666; o cuántas pasaron delante del televisor, muchas de ellas en sesión continua, viendo los 60 episodios de The wire o los 68 de Breaking bad, pero seguro que las disfrutaron sin plantearse siquiera mirar el reloj o convencerse de que era mejor meterse en la cama a dormir.
La final del Teatro Falla de este viernes, por ejemplo, ha durado casi doce horas. Fue a causa del prólogo histórico y revisionista con que comenzó la función y a la de la invitación extraordinaria a la comparsa de Antonio Martín, pero dudo que alguien dejara libre su asiento a no ser que fuera para darse un paseo hasta el ambigú o al servicio, y hasta hubo hogares y peñas en las que aguantaron hasta conocer el fallo del jurado, casi como si les fuera la vida en ello.
La percepción del tiempo no es sólo una cuestión cultural, también anímica, por eso mismo renunciamos a su mera existencia cuando disfrutamos de una película, de un libro o de una final del Falla, y nos resulta insoportable cuando, como este jueves, los concejales del Ayuntamiento de Jerez dedican doce horas al desarrollo de una sesión plenaria completamente intrascendente en proporción al tiempo destinado al debate. El tema es para hacérselo mirar.
Primero, porque para quien esté interesado en seguir los plenos, es toda una invitación a eso contra lo que tanto luchan los partidos hoy en día: el desapego hacia la política y los políticos; segundo, porque en sus 53 puntos del orden del día, entre temas, interpelaciones, ruegos escritos, ruegos orales y preguntas escritas, apenas había cabida para temas de gestión, solventados todos ellos en las juntas de gobierno para eludir el voto mayoritario de la oposición; tercero, porque los plenos no son una competición en la que los grupos son premiados en función del número de propuestas que presentan, sin olvidar que algunas de ellas pueden resolverse con una pregunta en un pasillo o con una llamada de teléfono; cuarto, porque a veces olvidan que, en realidad, estamos en el pleno, no en el parlamento andaluz o en el congreso de los diputados, y resulta cansino e improductivo dedicar tanto tiempo a enfrentar las políticas que se hacen en una y otra administración; y quinto porque, como ha ocurrido esta semana, cuando tocaba debatir un punto de cierta relevancia para el desarrollo, en este caso, de la zona rural de Jerez, se propuso dejarlo encima de la mesa, ya que se llevaban ya casi siete horas de debate y el asunto podría quedar relegado a un pie de página al día siguiente, lo que, por otro lado, venía a reconocer que a esas alturas de la sesión no había nadie prestándoles atención desde casa, y casi ni la prensa.
No hay que desmerecer el compromiso y dedicación de los grupos de cara a los plenos, pero situaciones como la de esta semana exigen una revisión. Ya sé que hace tiempo que no se va a los plenos como el que va al teatro, pero tampoco hay que contribuir a desvirtuar la importancia de un órgano tan fundamental en la vida de cualquier ciudad.