Este último sábado estuvo plagado de discursos políticos sin que nadie los hubiese puesto de acuerdo para hacerlo; de hecho, rivalizaron casi en idéntico interés. A la mayoría nos llegan sesgados, resumidos en titulares, sometidos a las consignas, apenas un cuarto de kilo de encendida verborrea, y lo agradecemos. A la hora de valorarlos el resultado es muy similar: escuálidos y conmovedores, que es como define Leonardo Padura la confesión de uno de los sospechosos de un crimen en su serie negra sobre La Habana. Como en tantas otras ocasiones, lo importante no es el fondo, sino la forma. Otra cosa es el entorno.
A Mariano Rajoy se le ha notado cariacontecido ante la prensa. La primera sentencia de la trama Gürtel ha envenenado la placidez de un congreso confeccionado a la medida y en el que había más interés por saber cómo quedaba el otro partido, el que se jugaba en Vistalegre. Allí era el público el que quería dictar el discurso: “¡Unidad! ¡Unidad!”, clamaban, y desde el escenario se sumaba el coro: “¡Unidad! ¡Unidad!”, ¿o era sólo el eco? Tanto proclamar las enseñanzas de Juego de tronos para terminar en franquicia de Los inmortales.
No muy lejos de allí, era Susana Díaz quien se subía a otro estrado, también a su medida, para mantener el suspense, aunque el comodín del público ya lo tuviese garantizado. Sus palabras, y sobre todo la forma de expresarlas, tan apegado al discurso reinante en la Andalucía mitinera que durante tantos años ha dominado el PSOE, dejan poco a la interpretación: ahora o nunca; salvo que el ahora parece que no termina de verlo claro, y mucho menos a medida que crece la lista de mini reinos de taifas en torno a la figura de Pedro Sánchez, el último de ellos en Jerez, donde ya empiezan a hablar en ese román paladino que pretende ser fiel a los ideales pero que tal vez se confunda de jefe supremo.
El ahora o nunca de “Su Susanísima”, como la describe Teodoro León Gross, va a dar la auténtica medida de la líder del socialismo andaluz. Si no hay ahora, habrá nunca, ya que puede quedarse sin discurso al que agarrarse; o, en todo caso, escuálido y nada conmovedor. Su gran virtud, la de ganadora en una región con más de 8 millones de habitantes, se ve amenazada por las últimas encuestas y por su desacertada y tardía respuesta ante ámbitos que nunca hasta este momento habían escapado al control de la Junta, caso de la sanidad o la educación.
El último estudio del Egopa será o serón -la encuesta data del mes de noviembre-, pero su retrato sobre las expectativas electorales en Andalucía apuntan en una clara dirección, muy favorable al PP, incluso en provincias clave para el PSOE como la de Cádiz, donde los populares se impondrían en este momento tanto en unas hipotéticas generales como en unas autonómicas. Habrá quien lo vea como mérito propio y quien lo entienda como demérito del adversario -¿alguien puede decirle a Miguel Urbán que en política no existen los enemigos, aunque determinados odios te induzcan a pensarlo?-, pero la tendencia es evidente.
Esta semana, en una improvisada tertulia entre compañeros, alguien apuntaba a los recientes errores del propio PSOE andaluz, a su torpeza a la hora de hacer frente a movilizaciones como la de las mareas blancas, o las de los colegios concertados, o a la campaña respaldada y promocionada desde el PP contra el impuesto de sucesiones. Y es cierto, la torpeza ha sido absoluta, e incluso puede que haya llamado más la atención por inhabitual, pero tampoco hay que olvidar que llevamos casi 35 años de gobierno socialista en Andalucía y, pese a sus conquistas sociales, su -a veces eufemística- apuesta por la modernización y su contribución a la cohesión territorial, su gestión no ha sido tan infalible -por utilizar un término magnánimo- como para garantizar su perenne continuidad al frente de la administración autonómica. Si el PSOE andaluz y Susana Díaz no lo tienen claro, tal vez sepan que quien sí lo tiene es el PP, enfrentado a su misma disyuntiva: ahora o nunca; sobre todo, porque no quieren que les vuelva a pasar como con Arenas.