Con la excusa de los Reyes Magos, hemos empezado de nuevo un año envueltos en polémicas que hasta hace un lustro habrían pasado desapercibidas sin el jodido empeño de las redes sociales por hacerlas virales. La pedagógica carroza de las drag queen de Vallecas ha arrancado encendidos debates, insultos desmedidos y toda clase de gilipolleces, porque la cuestión no va de exponer opiniones, sino de buscar la provocación hasta lograr imponer una postura sobre la otra, de machacar hasta abochornar al oponente, hasta obligarlo a cancelar su cuenta de twitter, que mire usted por donde suele ser el ofendido: impotente y víctima ante la trampa tendida por el buenismo sociológico. Y la trampa, por supuesto, no era la carroza, sino la provocación alentada a su costa, o a la de sus confusos conceptos.
Este martes por la tarde, un ayuntamiento sevillano anunciaba su intención de adelantar la celebración de la Cabalgata de Reyes Magos al jueves 4 por culpa de la lluvia prevista para el viernes, cuando si hay algo menos fiable que un meteorólogo es un político. La decisión infectó como un virus los móviles de concejales de otros ayuntamientos y en apenas unas horas ya había otros municipios malagueños que habían decidido adoptar la misma medida. Un día más tarde, la ocurrencia del promotor original de la idea se había convertido en cuestión de estado en municipios de toda Andalucía: once ciudades de la provincia de Cádiz decidieron seguir el ejemplo, sin siquiera advertir si en realidad se trataba de una estupidez más entre tanto iluminado.
A mí me lo pareció, pero también conviene conceder el beneficio de la duda a quien debe tomar decisiones pensado en el interés general, que no en el bien común, pues nunca suele serlo por igual para todos. Partamos, pues, de la existencia de una buena intención, pero, ¿pensando en quién?: ¿en los niños, para que pudieran disfrutar con la recogida de regalos y caramelos durante la esperada cabalgata?; ¿en los padres, para que no tuvieran que verse sorprendidos por la lluvia en mitad de la calle?; ¿en la organización, para que el esfuerzo de tantas semanas no quedara en decepción?; ¿en los bares, para que pudieran empezar el año con una buena recaudación?; ¿en el propio gobierno, para no tener que responder a las críticas por tener que cancelar la celebración?. La respuesta a cualquiera de estas preguntas puede ser válida; incluso la suma de un poco de cada una de ellas a la vez, pero no dejan de poner en evidencia cuán débil es la tendencia de un panorama político en el que vale más el empeño por quedar bien a costa de una fiesta que el equivalente a solucionar los auténticos problemas de una ciudad.
La excepcionalidad de una situación, que es además provocada, convertida en vía de escape, en bola extra, pero también en chufla y disparate, porque debió serlo llevar a tus hijos a una cabalgata y después inventar una rocambolesca historia para convencerlos de por qué no habría regalos al día siguiente si ésa era la noche de Reyes. Un amigo mío, afectado por la decisión, llevaba al absurdo el absurdo de la misma, y se preguntaba de qué manera iba a conseguir que su hija durmiera 32 horas seguidas hasta la mañana del sábado para no tener que mentirle. Al final, los niños hechos un lío, los padres cabreados, los bares modificando a última hora los pedidos que habían realizado para el viernes, los empresarios obligados a darle una tarde libre no prevista a sus empleados... y un nefasto precedente, pese a “lo bien que ha ido todo y lo bonita que fue la tarde”.
Habrá quien considere que no hay que dar mayor importancia a lo que no habrá dejado de ser una mentirijilla instalada en otra mentira superior -la de los propios Magos- o en una verdad impronunciable -la de “los Reyes son...”-, pero eso implica dejar de ver algo más importante: la traición a una ilusión, que es el precio que algunos han pagado para evitar las críticas o por no arriesgarse, que es lo que sí hicieron ayer otros ayuntamientos, como Cádiz o Jerez, con alternativas, sin llamar la atención y asumiendo lo que hay cuando lo hay.