“Chicolini puede hablar como un idiota y tener el aspecto de un idiota, pero que eso no les engañe. Es realmente un idiota”. Rufus T. Firefly en Sopa de ganso
“Hasta los santos se valían del humor para ridiculizar a los enemigos de la fe”. Guillermo de Baskerville en El nombre de la rosa
Uno de los primeros libros que recuerdo haber leído fue el guión de Sopa de ganso. La historia, si es que la tiene -ni falta que le hace-, se desarrolla en Freedonia, un ficticio estado europeo del periodo de entreguerras al borde del enfrentamiento con Sylvania. Sus nombres recuerdan asimismo al de otro ficticio estado europeo, Tomania, que es en el que se desarrolló unos años más tarde El gran dictador. A ellos se ha sumado esta semana el de Tabarnia, que no sale en libros ni en películas, pero sí en las portadas de los periódicos: la ficción elevada a titular. La cuestión es más delicada de lo que parece, y reabre viejas discusiones: ¿el fin justifica los medios?, ¿es serio y digno de una primera plana; incluso de un debate nacional?, ¿hemos sabido mirar más allá del disparate?
Doy por hecho de que ya estarán al tanto de la cuestión y, Tabarnia, ya les digo, remite directamente a una ficción, pero también a un espíritu, el que enfrenta a la realidad ante su propio espejo para hacer más perceptible el auténtico reflejo de lo que representa; preferentemente, el horror que representa, pero también la vulgaridad, la indecencia, la desfachatez. He leído estrictos y enojados análisis, de Ignacio Camacho a Lucía Méndez, en los que se afea y critica la frívola utilización de lo que -es cierto- no deja de ser una ocurrencia. Hacerlo, por tanto, resulta insostenible e improcedente en la preocupante situación en la que se encuentra el Estado español -un estado real- frente al pujante desafío de los secesionistas tras los resultados en las elecciones del 21D.
Y es verdad, no estamos para bromas, y menos aún para elevarlas al ámbito del debate político, donde se reaviva el temor por el ambiente de inestabilidad económica que emana desde Cataluña, entre la fuga de empresas, de capitales, de oportunidades y la pérdida del empleo junto al descenso del consumo. Reconozcamos que situar el relato de Tabarnia, situar una mera ficción, un meme sofisticado, por encima de cuestiones tan delicadas que afectan a todo un país, desvirtúa el discurso y hasta el renovado argumentario que hay que consolidar para detener la aparente interminable afrenta sobre la que siguen insistiendo los independentistas. Dejémoslo así: no hay opción para Tabarnia más allá de las redes sociales. ¿O tal vez sí?
Digamos que no en el debate político, pero dejemos al menos que el ridículo desnude a los enemigos del Estado ante su propio espejo, porque, sin duda, el humor ha sido en este caso más poderoso que todos los argumentos legales, razonados y rigurosos que hemos desplegado ante los secesionistas; al menos, hemos conseguido paralizarlos, dejarlos en fuera de juego, sin palabras, aunque haya sido por unos días. Para completar la función, solo hace falta que la ficticia Justicia de Tabarnia pida detener a Puigdemont y que éste sea juzgado por Rufus T. Firefly. Sería todo un alivio, y tampoco cuesta mucho imaginarlo, ya que todo se encuentra al mismo nivel del absurdo: las aspiraciones de unos y el humor con el que se les combate, que se ha demostrado más efectivo que la presencia policial el 1 de octubre en Cataluña.
No es serio, de acuerdo, pero la broma revela un hecho harto preocupante: Sopa de ganso fue estrenada en 1933 y El gran dictador en 1940; 80 años más tarde hay quien ha tenido que recurrir de nuevo a un estado ficticio, a una sátira, para dejar en evidencia los desvaríos de una clase dirigente empeñada en la imposición de un nacionalismo recalcitrante y excluyente, el mismo que ya llevó a Europa al desastre. ¡Hurra por Tabarnia!