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Lo que queda del día

El grito de la memoria

La innecesaria polémica retrata a quienes han optado por ponerse de perfil, forzar un inusitado protagonismo o esconder la cabeza para no señalarse

  • Manifestante porta una imagen de Miguel Ángel Blanco. -

En veinte años no he visto otra manifestación igual, no he vivido otra movilización igual. Me refiero, por supuesto, al ámbito de una ciudad pequeña y al hecho de que, prácticamente, un tercio de la población participara en la misma. Aquélla fue una tarde gris de julio, de cielo plomizo, con algo de bochorno, triste para un día de verano, casi acorde con las circunstancias. Los concentrados habían sido convocados a las puertas del Ayuntamiento, y desde allí partieron en manifestación para recorrer las arterias principales de la ciudad liderados por los representantes de todos los partidos políticos.

A medida que la comitiva iba avanzando se les fueron sumando los vecinos de las casas por las que pasaban, y otros venidos de calles o barrios colindantes, hasta que llegó un momento en que era imposible adivinar el final de la muchedumbre. Algunos habían elaborado sus propias pancartas, rudimentarias, como si les pudiera la necesidad de agarrarse a ese grito común y visible rubricado en la tela, silenciado entonces por la rabia y la impotencia. Otros portaban cartulinas con mensajes, otros, fotos de Miguel Ángel Blanco, aquel joven de aspecto tímido del que hasta hacía unos días desconocíamos su existencia y al que ETA había secuestrado y asesinado en represalia por la liberación de Ortega Lara.

Cuando se confirmó la noticia de su ejecución en la tarde del sábado 12 de julio, en muchos hogares del pueblo podía sentirse el grito ahogado de la conmoción, y entiendo que fue así en la mayor parte de España, convertido desde entonces en un grito de nuestra memoria, ése mismo al que, según Leonardo Padura, “ni los olvidos más rígidos, los decretados con mayor encono, son capaces de enclaustrar de forma definitiva”.         

Se cumplen ahora veinte años desde entonces; un tiempo en el que ETA ha sido derrotada. No más atentados, no más crímenes, no más extorsiones. Persiste, eso sí, la vergüenza y el bochorno cada vez que asistimos a la liberación de algunos de sus más sanguinarios integrantes, pero también la necesidad de no olvidar y de reivindicar la memoria de los que lucharon contra el terrorismo y, especialmente, de los que perdieron la vida a manos de la banda asesina. Entre ellos, el recuerdo de Miguel Ángel Blanco resulta decisivo y, dos décadas después, ha resurgido con una innecesaria polémica que retrata una vez más a quienes han optado por ponerse de perfil, forzar un inusitado protagonismo o, simplemente, esconder la cabeza para no señalarse, con lo inspirador que hubiera sido que los grandes partidos, aquéllos a los que aún les queda cierto sentido de Estado, se hubieran puesto de acuerdo para plantear conjuntamente una serie de homenajes que tuvieran su eco en el mayor número de poblaciones españolas.

Pero no. Ha sido el PP el que ha hecho suya la iniciativa, y el que después está intentando sacar provecho de la confusión y el desconcierto, una vez que el PSOE ha tenido que salir a corregir a aquellas agrupaciones locales que, o se abstenían, o votaban en contra, o impedían el debate sobre la dedicatoria de espacios públicos en sus ciudades a la memoria de Miguel Ángel Blanco, en algunos casos con argumentos tan peregrinos como que no era una cuestión que tuviera que ver con la realidad de la ciudad, como si no ocurriera eso con muchos de los asuntos que se llevan al orden del día de un pleno y sin que en ninguno de ellos perviva el peso de un recuerdo tan demoledor como éste.

El PP, estoy convencido, aguardaba el impacto de su propuesta sobre Podemos -en Jerez, por cierto, Ganemos votó a favor de la moción del PP-, y quién sabe si con calculado celo sobre el PSOE. Lo triste es que estemos hablando de esta evaluación de daños y disparates a partir de una propuesta que nunca debió abanderar un único partido, de la misma forma que no ocurrió así hace veinte años, cuando todos compartieron pancartas, gestos y desafíos contra el terror, conscientes de la trascendencia de un momento que ya no tenía vuelta atrás.

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