Hace unas semanas David Trueba defendía en su columna de El País una reflexión que entiendo deben compartir y sostener muchos ciudadanos sin necesidad de habérsela leído: “Los partidos políticos se han convertido en maquinarias de ocupación del poder, sin esmerarse por resultar útiles a la sociedad a la que sirven”. No hace falta recurrir a unas elecciones para comprobar que es así; lo acabamos de ver en el empeño de Pablo Iglesias por expulsar del Gobierno al PP y en su empecinamiento por implicar a Pedro Sánchez en la maniobra, envenenada en este caso. Supongo que deben sobrarles los ejemplos, y también las consecuencias de esos ejemplos, sobre todo cuando han llegado unas municipales, que es donde apreciamos más de cerca la dialéctica por y para el poder.
Uno de los más evidentes, por sus funestas consecuencias, tuvo lugar en Jerez en junio de 2003. A Javier Arenas le dio igual lo que María José García-Pelayo hubiese prometido en campaña, y con enorme nocturnidad -literal- y alevosía hizo posible el pacto de gobierno del PP con Pedro Pacheco, que fue el que terminó por desencadenar, como diría Lemony Snicket, una “serie de catastróficas desdichas”, y no sólo para la ciudad -fue en ese mandato local cuando se disparó la deuda municipal hasta cifras insoportables-, sino en especial de carácter personal, como han terminado por padecer el propio Pacheco y Pilar Sánchez.
De nada sirve ya imaginar una realidad alternativa a la precipitada aquella madrugada bajo el único empeño de ocupar el poder, entre otras cosas porque no resulta difícil encontrarte con alguien que te recuerda que dos de los que fueron alcaldes de tu ciudad se encuentran ahora en prisión. Y por supuesto que hay matices, y argumentos con los que se han cuestionado las decisiones judiciales adoptadas en contra de los dos, pero en estos casos ocurre como con las grandes finales, con el tiempo nadie se acuerda del subcampeón, sólo nos quedamos con el titular del ganador.
Tal vez por eso mismo, visto desde fuera de Jerez, no se entienda la expectación que ha generado la concesión del primer permiso penitenciario para Pedro Pacheco, pero resulta completamente justificado desde dos vertientes: la de su relevancia social y política en la ciudad y, también, la de su lucha por conseguir este permiso de fin de semana. De hecho, han tenido que transcurrir 32 meses de condena y la presentación de dos suplicatorios hasta obtener la venia.
No habrá, pues, concentración a las puertas de la prisión, reconvertida ahora en el esperado reencuentro con su familia y con sus amigos incondicionales, los que durante los últimos meses han buscado apoyos en favor de una causa precipitada por la enrevesada respuesta judicial al requerimiento realizado por Pacheco desde la cárcel, lo que vuelve a poner de manifiesto algo que ya subraya Bomarzo en su artículo de esta semana: “la distinta vara de medir que la justicia ha tenido entre Pedro y otros que disfrutan de libertad pese a haber cometido delitos en apariencia muy superiores”.
Basta con ver los telediarios, las comparecencias en los juzgados, las revelaciones, las comisiones de investigación; y si aún no les ha quedado claro, vean la película B, en la que se recrea la transcripción del interrogatorio a Luis Bárcenas en la Audiencia Provincial de Madrid: es el estigma que tiene la derecha, no le salen voluntarios para hacer una película sobre los ERE de Andalucía.
“Aquí estoy aterrizando”, dijo Pacheco este viernes a la puerta de su casa al saludo de los periodistas. Las imágenes lo dicen todo: feliz y exultante, triunfal; pero tampoco pueden ocultar sus dos citas pendientes en los juzgados y el horizonte del cumplimiento de una pena que todavía podría verse agravada, salvo que prosperen los recursos presentados. Carpe diem, en cualquier caso, mientras aguardamos impacientes a la prometida autobiografía de una figura clave en el municipalismo español de la democracia y en la relevancia de Jerez, más allá de los atajos que le condujeron a su situación actual, consecuencia todos ellos de su empeño por seguir en el poder.