Cientos de miles de madrileños y, sin ir más lejos, de sevillanos, de cordobeses y de habitantes de las grandes y no tan grandes ciudades del interior peninsular, sobre todo cuando el verano los mece en ascuas y el bullicio y el aire irrespirable de la contaminada urbe los envuelve amenazadoramente, sueñan con el frescor de las lejanas costas, las playas de rubia o tostada arena, el mar azul o gris, el aire limpio, el sol apacible y bronceador... Sueñan también con la tranquilidad y el sabor tradicional del pueblo, con la verde pureza del campo repleto de árboles, con la escabrosidad del monte y sus acogedoras o inhóspitas cuevas, con el constante burbujear de los manantiales de agua fría y cristalina... Sueñan con disfrutar de la más sana diversión y encontrar el romántico amor en sus idealizados paraísos costeros... Y, si dan con el lugar idóneo que reúna todo eso, en él se quedan. ¿Existe lugar tan maravilloso bajo el sol? Sí, Torremolinos. Y no es utopía. Torremolinos tiene todo eso y mucho más, y lo tiene todo junto. Torremolinos lo tiene todo y lo ofrece todo para todos por igual, sin discriminación de razas o credos. Torremolinos tiene: el sol que tuesta y da vitalidad; las playas más extensas (más de seis kilómetros de pulcra y dorada arena, con todos los complementos imaginables de los que el visitante puede disfrutar); el mar con su deliciosa brisa y sus amaneceres y atardeceres de cine (además de la romántica vista nocturna de la luna bañando de plateada luz el tranquilo mar); el aire más puro; el clima ideal (no demasiado caluroso en verano y templado en invierno); los hoteles y alojamientos más numerosos y equipados del Sur; los restaurantes y chiringuitos más heterogéneos, cosmopolitas y profusos, con los platos más surtidos y exquisitos (entre los que destacan las especialidades y variedades culinarias del famoso "pescaíto", término acuñado en Torremolinos a nivel mundial); las frías y cristalinas aguas de sus manantiales (de los más importantes de España y de los más copiosos de la provincia malacitana, que surten de agua a la ciudad de Málaga); los verdes, frescos y frondosos pinares (además de las lujuriantes zonas verdes diseminadas por toda la población); el monte; las cuevas; el pueblo típico andaluz y el pueblo marinero (además de la próspera ciudad autosuficiente); la diversión más sana y el deporte en todas sus facetas; la cultura en todas sus manifestaciones; los congresos internacionales más paradigmáticos y las exposiciones comerciales más variopintas; las fiestas más vistosas y explosivas; los espectáculos más variados, sublimes y representativos del arte escénico… Y hasta el amor, amor sólido, no efímero, no un sueño de verano. Sí, Torremolinos lo tiene todo y lo da todo. ¿Qué más se puede pedir? ¿Qué más se puede dar? Torremolinos es a la vez pueblo, ciudad, campo, monte y playa. Es todo lo que el ciudadano del interior hispano puede soñar y desear. Es todo lo que sueña el turista, no importa su procedencia. Torremolinos es la rutilante estrella de todos los firmamentos. Es más que eso, es el propio sol. Como pueblo, Torremolinos aún conserva su añejo sabor, condensado en dos principales núcleos: El primero es El Calvario, auténtica corona sobre la cabeza del pueblo, con sus ceñidas callejuelas y sus graciosas casitas de sinuosos muros enjalbegados de albura y de luz, con macetas multicolores que adornan paredes, ventanas y balconcillos y, algunas, con minúsculos patios perfumados de claveles y geranios siempre vestidos de fiesta. En su aireada cresta, sobre el solar que ocupara la vieja plaza de toros, se alza el moderno edificio del Ayuntamiento, de sobrio diseño exterior, pero de rica funcionalidad en la distribución de sus bien iluminados departamentos que componen su interior. En su novela "Cristo en Torremolinos", Jose María Souvirón cuenta que el nombre de "El Calvario" le viene al barrio por el Vía Crucis que, iniciado en la Plaza Costa del Sol, culminaba en el pináculo calvariense. A lo largo de esta singular "vía dolorosa" se sucedían las catorce estaciones que la componían, consistentes en otras tantas figuras de un crucificado, alojadas en sendas hornacinas, de las que hoy se conserva la de la calle María Barrabino. El otro popular núcleo es La Carihuela, barrio marinero por excelencia, auténtico pueblo dentro del gran pueblo, que también conserva restos de su antiguo y blanco esplendor. Su típica playa, donde duermen "las barcas de dos en dos, como sandalias puestas a secar al sol", tal como lo expresara el malagueño poeta Manuel Altolaguirre -que en Torremolinos dejó su huella-, aún es mudo y lacónico testigo de las faenas del copo, tradición pesquera que en muchos lugares se ha perdido. La Carihuela es hoy, indiscutiblemente, la reina entre las mesas del "pescaíto", donde comensales del mundo entero degustan los más refinados placeres de la mar. Destaca la celebración del "Día del Pescaíto", cada primero o segundo jueves del mes de junio, en el que las autoridades municipales y los comerciantes y empresarios de La Carihuela, comparten gratuitamente con todo el pueblo de Torremolinos, así como con sus muchos visitantes, lo más selecto de las culinarias glorias marinas.