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El Loco de la salina

A Pepurrio con todo mi cariño

¿Por qué le llamaban Pepurrio? Guardó un largo silencio y me susurró solamente que lo comenzaron a llamar así en casa de Pascual O´Dogherty

Publicado: 27/10/2024 ·
15:21
· Actualizado: 27/10/2024 · 15:21
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Autor

Paco Melero

Licenciado en Filología Hispánica y con un punto de locura por la Lengua Latina y su evolución hasta nuestros días.

El Loco de la salina

Tengo una pregunta que a veces me tortura: estoy loco yo o los locos son los demás. Albert Einstein

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Cuando le dije al director que quería salir del manicomio para ver a mi amigo Pepurrio, me contestó inmediatamente que ya estaba tardando. Quedé con su hijo José Manuel en la Italiana y este me llevó a su casa. Allí estaba Pepurrio sentado en un butacón aguantando el chaparrón de los cien años y haciendo esfuerzos por adivinar quién venía a verlo. Cuando José Manuel le dijo que era Paco Melero y que si se acordaba de él, después de centrar sus ojos enfermos sobre mi persona, su contestación fue fulminante: ¡No me voy a acordar, joé! Ese joé llevaba dentro una carga de sentimiento y de afecto que me llegó al alma. Porque yo traduje que evidentemente, a pesar de tantos años y tantas vivencias, Pepurrio, desde que me conoció, siempre me ha llevado en su ya gastado corazón. Yo le debía estas líneas y me sentía en deuda con él por tanto aprecio inmerecido.

Hoy no me ha hecho falta tomar ninguna pastilla para expresarle mi gratitud y mis deseos de felicidad. A Pepurrio lo conocí hace ya muchos años con motivo de los ensayos del Coro en la desaparecida Peña Colorín-Colorao, local de su propiedad. Desde entonces, cada vez que nos encontrábamos, se le iluminaba la cara y sonreía con esa sonrisa que no tiene doblez y brota espontánea y sincera. Cuando aparecía por la Peña, por esas cosas que tiene el aprecio, nos alegrábamos los dos de vernos. Por eso fui a visitarlo, porque le debía una obligada felicitación por llegar a esa edad centenaria, privilegio de muy pocos y motivo de alegría para sus amigos. Le pregunté muchas cosas. ¿Por qué le llamaban Pepurrio? Guardó un largo silencio y me susurró solamente que lo comenzaron a llamar así en casa de Pascual O´Dogherty.

José Manuel me fue contando su vida a grandes rasgos; que empezó siendo tornero y fresador en la Carraca; que más tarde se fue a Sanlúcar a aprender el oficio de droguero hasta que allá por los años 50 abrió una droguería en la calle San Rafael y le puso de nombre Ruver, aunque la gente terminó llamándola Droguería de Pepurrio; que allí vendía perfumería a granel y suministraba a los quintos y a los militares los avíos de afeitar, las cosas de aseo, las cremas de zapatos… Ángeles, su mujer, falleció con cincuenta años y él se quedó solo con la compañía constante de su hijo. Si yo hubiera sido Gabriel García Márquez, en lugar de Cien años de soledad, hubiera escrito Cien años de compañía, la misma que su inseparable hijo José Manuel Traverso siempre mantuvo con su padre en tiempos de rosas y sigue manteniendo ahora que los pétalos están desapareciendo.   


 Y me siguió contando que a su padre nunca se le iba a caer el techo encima, porque lo suyo ha sido siempre la calle, el trato con la gente, la conversación…, a ser posible con un Fino Palillo por delante. A duras penas Pepurrio soltó que, además de la pesca, su pasión era el fútbol y que de niño jugaba en la calle con sus amigos el Yoyo, el Cría, el Chispa… y otros que después fueron legendarios jugadores del San Fernando.     

A Pepurrio, se le podía encontrar muchas veces en la Farmacia San Miguel de San Rafael como uno más de la familia de los dueños que tan bien se portaron con su hijo cuando estuvo destinado de profesor en Bornos. Este loco no sabe si llegará alguna vez a los cien años, pero quiero que Pepurrio sepa que lo llevo aquí dentro a mano izquierda, donde los locos guardamos un lugar especial para los que nos dieron de corazón su cariño y su sonrisa.  

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