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Del reposo de Hank Jones y Joe Lovano a las ?soulerías? de Pitingo

Si el viernes por separado estuvieron magníficos, la noche del sábado Joe Lovano y Hank Jones hicieron juntos un maravilloso concierto en la penúltima jornada del Festival de Jazz de San Sebastián, que luego reunió a otro público para escuchar flamencos diferentes, con Perico Sambeat y Pitingo.

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  • El saxofonista estadounidense Joe Lovano (d) toca junto a su compatriota el pianista Hank Jones. -
Si el viernes por separado estuvieron magníficos, la noche del sábado Joe Lovano y Hank Jones hicieron juntos un maravilloso concierto en la penúltima jornada del Festival de Jazz de San Sebastián, que luego reunió a otro público para escuchar flamencos diferentes, con Perico Sambeat y Pitingo.

El pianista Hank Jones escribió hace dos años, uno antes de cumplir los 90, una nueva y memorable página para la historia discográfica del jazz. Lo hizo con el saxofonista Joe Lovano en el Dizzy’s Club Coca Cola de Nueva York, de donde salió una grabación en directo, Kids.


Estos dos grandísimos músicos jugaron con algunos de los temas de ese álbum en una velada de preciosismo intimista, que volvió a poner en pie al público que llenaba el auditorio del Kursaal.

Más audiencia tuvieron el sábado que la que sumó el día antes Hank Jones con su trío, y eso que la escucha se hizo un poco más exigente, más atenta para seguir la evolución de este reposado diálogo de gigantes.

Lady luck, Kids are pretty people y Lullaby fueron algunos de los temas del arranque con los dos maestros cómplices disfrutando, hasta que Lovano dejó a Jones solo con Polkadots, Oh! Look at me now y Lonely Woman.

Con Alone together regresó el saxofonista a escena y allí siguieron ambos con sus delicados, complejos fraseos, hasta un final que no fue tal, porque se alargó con tres bises, Budo el último de ellos.

No parece que haya sido el público el que en esta velada se haya quedado con ganas de más, sino la leyenda Jones, que realmente rejuvenece en el escenario. Una nueva visita sería todo un placer.

Resto de actuaciones

Después, ya en la plaza de la Trinidad, tomó el relevo la Flamenco Big Band de Perico Sambeat, un proyecto con el que el músico valenciano ha logrado un buen entendimiento entre el jazz y el flamenco.

Sambeat celebraba precisamente ese mismo día los 25 años de su relación con San Sebastián, la ciudad que “prácticamente le vio nacer”, como recordó el Festival en su presentación.

De Flamenco Big Band, el disco que grabaron el año pasado, han interpretado la mayoría de los temas, desde el Cauce que lleva de martinetes a bulerías a Guajira para Duke, el tributo Ellington. También otro homenaje, el que el compositor y saxofonista valenciano rinde en Soledad sonora a Javier Colina, uno de sus contrabajistas preferidos, con el que ayer compartió escenario.

Y de la elegante propuesta de Sambeat a la inclasificable fiesta por soulerías de Antonio Manuel Álvarez Vélez, Pitingo, de cuya coctelera ha salido flamenco puro, flamenco-soul y pop aflamencado.

Es consciente de no ser del gusto de todos. “Hay gente que no lo puede entender ni lo entenderá, pero qué le vamos a hacer”, manifestó a una audiencia que desde luego sí comprendió muy bien este “concepto”, surgido de ese “rebujillo” que es su amor repartido entre el soul y el flamenco.

El público bailó, dio palmas, se entregó a sus juegos y le llamó guapo. Y cuando a la una de la mañana se puso las gafas de sol, el éxtasis llegó a las primeras filas.

Todo esto ocurrió en más de dos horas de concierto, en que sonaron bulerías, fandangos o soleás, que de una manera u otra acabaron enlazando con canciones como Georgia on my mind, de Ray Charles, Yesterday y Let it be de los Beatles y hasta New York, New York.

Pitingo logró el público más numeroso de los tres días de la plaza de la Trinidad. Otra cosa es que este dato sirva para cerrar la polémica de quienes piensan que el proyecto por soulerías del andaluz no encaja en la pluralidad del Festival donostiarra.

La noche de la cuarta jornada del 44 Heineken Jazzaldia la cerraron en los escenarios de pago, en este caso el Victoria Eugenia, y casi a las dos y media de la madrugada, Abdullah Ibrahim and Ekaya, que ofrecieron un excepcional concierto, de una sugerente e impresionante sutileza.

Primero en formato de trío y luego con tres saxos y trombón, el músico sudafricano logró la constancia de los tiempos lentos, que la entrada de los cuatro vientos en la segunda parte ni siquiera logró romper, por increíble que parezca.

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