Han pasado diez años desde el estallido de la crisis económica. Por entonces, el gobierno de Zapatero negaba la mayor, mientras otros prometían la recuperación con el relevo en Moncloa. Con el tiempo se ha demostrado que hubo quien supo hacer mejores vaticinios. Conservo guardado uno de ellos: “Será una crisis larga, probablemente hasta 2018”. Ya estamos en 2018 y, efectivamente, los datos macroeconómicos son, no solo mejores, sino buenos. La provincia crea empleo y hay crecimiento neto de empresas. No obstante, ha cambiado el paisaje, desierto ya de grúas. Diez años después, el turismo se ha convertido en el sector más fiable, por rentabilidad y por proyección -“el principal motor de la reactivación económica”-. Sabíamos lo que teníamos, pero ha sido la necesidad la que lo ha convertido en una prioridad, como si fuésemos más de aprobar en septiembre que en junio.
Hoy termina una nueva edición de Fitur en Madrid, donde los técnicos de los organismos públicos hacen un importante trabajo y sus respectivos jefes van a liderar las campañas promocionales que después recogemos a nivel local sin mayor rastro mediático que garantice su repercusión, aunque es de agradecer la austeridad de las comitivas tras los desfases vividos en los años del boom económico, en los que se rivalizaba asimismo con la oferta del pueblo de al lado a ver quién llevaba el mejor estand.
La necesidad también ha hecho cargo de conciencia y, por fin, hacemos provincia. Eso, que llevamos aprendido desde hace pocos años, se ha convertido en una de las claves para el relanzamiento del sector, que puede presumir tanto de oferta como de resultados. En 2017 ha subido la ocupación hotelera, ha crecido el número de pasajeros que llegan al aeropuerto de Jerez, somos el tercer destino gastronómico preferido del país, sube un 7% el número de viajeros a la provincia -la que más crece de toda Andalucía-... y aún queda por delante el reto de vencer a una estacionalidad a la que se pretende hacer frente no solo con expectativas, sino con una oferta de atractivos que abarcan los 365 días del año.
Dentro de esta ola de euforia que impregna a buena parte del sector, Andalucía ya se ha marcado este año como objetivo superar un nuevo récord y llegar a los 30 millones de visitantes, que, sin duda, ayudarán a España a batir el suyo propio, después de haberse convertido en el segundo país del mundo en número de turistas, solo superado por Francia, con 82 millones de visitas, lo que equivale a un crecimiento de casi el 9% en un solo año y a una cifra de negocio de 87.000 millones de euros. Sin embargo, esa misma ola que empezó a despuntar hace cinco años no está exenta de riesgos y, en este momento, tienen tanta importancia para el sector como las campañas promocionales desarrolladas estos días en Madrid.
Según apuntan algunos expertos, esos riesgos tienen que ver con el Brexit, con la recuperación de otros destinos turísticos internacionales afectados por la amenaza del terrorismo islámico, caso de Turquía o Egipto, y con la subida del petróleo, por sus consecuencias sobre el precio de los transportes. La cuestión al hablar de este tipo de riesgos es que, en realidad, lo que queda en evidencia es una dependencia, como dependimos en su día de la construcción hasta que el riesgo del estallido de la burbuja terminó por consumarse, ya que detrás de todo riesgo también suele haber un mal presagio.
Por eso mismo, y en este preciso momento de euforia, conviene hacerse la pregunta: turismo, sí,... ¿y qué más? Puede que la respuesta esté, definitivamente, en la Iniciativa Territorial Integrada, en los casi 1.400 millones que deben invertirse en la provincia en favor de ese nuevo modelo productivo al que aspiramos -que no depende exclusivamente del turismo, afortunadamente-, y en la formación y cualificación de nuestros desempleados. Porque lo que queremos es una respuesta y no más decepciones.