En uno de los momentos definitivos de la tercera temporada de Fargo, uno de los protagonistas le recrimina al siniestro V.M. Varga las violentas técnicas que utiliza para lograr sus propósitos y le culpa de que no vivamos en un mundo mejor por la existencia de personas como él, empeñadas en causar el mal. Varga, no obstante, le corrige, y le dice que el problema no es ése, sino que existen demasiadas personas empeñadas en hacer el bien; sin ellas, lo tendría más fácil para extorsionar y asesinar.
Supongo que el terrorista fugado y cuántos han podido celebrar desde su miserable condición los atentados perpetrados esta semana en Barcelona y Cambrils deben ser de la misma opinión, lo cual nos conduce, afortunadamente, a todas esas personas empeñadas en hacer el bien, o lo que es lo mismo, empeñadas en saber hacer bien su trabajo: protegernos, salvaguardar nuestra libertad y velar por el cumplimiento de la ley. No se trata de ángeles de la guarda, ni siquiera de esos improvisados héroes anónimos que enternecen cualquier experiencia traumática, sino de los agentes de la ley.
Por eso mismo podemos y debemos vivir sin miedo, porque lo hacemos desde la seguridad de contar con unos profesionales capacitados y extraordinarios en todos los cuerpos y fuerzas de seguridad, a nivel estatal y autonómico. Nunca sabremos cuántos atentados habrán evitado con las detenciones realizadas en los últimos años, pero sí que resulta imposible preveerlos todos, impedirlos -como sucedió antes en Londres, en Berlín, en Estocolmo o en Niza-, de la misma forma que no se pueden preveer otros muchos crímenes a diario. En este sentido, la efectividad de las intervenciones realizadas por los cuerpos de seguridad nada más perpetrarse el atentado en Barcelona, y la investigación desarrollada durante los últimos días, valen por sí solas para reforzar nuestro reconocimiento a su trabajo.
Creo que es uno de los dos factores esenciales en este momento, porque, junto con la actuación de la Justicia, es nuestro principal garante como ciudadanos de un país libre. Más aún frente a atentados terroristas que se han convertido en actos de guerra, que es el segundo factor esencial. No son hechos aislados, y quien antes lo vea así, eso que llevará aprendido, por mucho que pensáramos que nuestro país nunca más se iba a ver envuelto en una guerra, o vivirla tan de cerca. Eso, que era algo que habíamos asimilado desde que empezamos a estudiar la Historia del siglo XX en la EGB, con el recuerdo presente de las dos Guerras Mundiales y de nuestra Guerra Civil, ha saltado por los aires bajo la amenaza del terrorismo yihadista para demostrarnos que no podemos dar nada por sentado.
Y sí, yo también fui de los que me molesté con las imágenes del atentado que circulaban por las redes sociales -y más aún con los que defendían no divulgarlas sin atreverse a repasar su propio currículum-; y con la primera declaración institucional tras el atentado de Barcelona, ofrecida en catalán, y con innecesarias alusiones a que en este caso sí había buen entendimiento entre “nuestro país” y el “Estado”; y cuando la segunda se hizo de nuevo en catalán y a continuación repetida en castellano -supongo que por la repercusión internacional del atentado-; y cuando se revelaron algunos bienintencionados mensajes políticos, o el del caso del clonado taxista marroquí que llevó gratis a una mujer mayor -que debía tener más de 200 hijos- desde las Ramblas a su casa... pero una vez superado el duelo, la frustración y la impotencia, no dejan de ser nimiedades frente a lo verdaderamente importante.
Pueden tomar como guía algunas de las explicaciones realizadas durante esta semana por el coronel Pedro Baños, uno de nuestros mayores expertos en geopolítica, quien, a la vista del panorama, tuvo que recordar algo tan elemental como que “el fanatismo no excluye a la inteligencia”. Algunos siguen sin entenderlo, aunque lo peor es que también hemos tardado demasiado en hacerlo y ya no hay vuelta atrás para hacer frente a esta guerra. Eso sí, contamos con los mejores.