La afición por las series de televisión ha puesto de moda los spoilers, que fue algo que siempre trató de cuidar el cine frente a los revienta finales en que se han convertido los profesionales de la (innecesaria) reseña: vaya afán el de anticipar lo que pasa en cada capítulo de Juego de tronos antes del estreno en los canales oficiales.
En los créditos de Testigo de cargo, por ejemplo, se pedía a los espectadores que no contaran a nadie el final de la película, para que todo el mundo tuviera la oportunidad de disfrutar con su sorprendente desenlace. Eran los años cincuenta y muchos no tenían ni teléfono en casa, pero la pausa del desayuno en las oficinas y comercios debía ser fatal para muchas películas en las que no siempre tenía por qué haber un final feliz o previsible, ¿o acaso no conocen a nadie que les haya destrozado el enigma de El planeta de los simios, El sexto sentido o Los otros sin haberles dado permiso?. En el fondo, todo spoiler corre el riesgo de ser tachado con un irreprimible hijoputa (no lo tomen en el sentido literal, sino con el debido cariño con el que solemos emplear por aquí dicha terminología): el empeño ya lo describió Chiquito de la Calzada en su antológico chiste sobre el acomodador que se quedó sin propina: “el criminal es el sheriff”.
Ahora está de moda escribir algo sobre algo a lo que no todo el mundo puede haber tenido acceso por el mero hecho de presentarse como privilegiado e incluir la advertencia: “ojo, incluye spoiler”, que es la forma moderna de avisarte si no quieres que te destripen el final de un capítulo de tu serie favorita. Debe tener sus seguidores, ya que en otro caso no se entiende la provocación, pero ya sabemos que “hay gente pá tó”, pongamos por caso a David Lynch, el gran anti spoiler: ¿a ver quién es capaz de anticipar cómo acaba la nueva Twin Peaks?, de la que dudo tenga final convencional, de la misma forma que no tiene trama, ni relato, ni progresión convencional.
En política hay grandes expertos en destripar finales, spoilers profesionales. El primero de ellos, Mariano Rajoy; de otra forma no se entiende que se haya ido de vacaciones con la que nos aguarda tras el verano en Cataluña. Él ya sabe el final, como sabía el de su investidura hace un año. Cristina Narbona también ha jugado esta semana a spoiler en torno al tema de los toros: ha venido a decir que las corridas terminarán por desaparecer en nuestro país.
Lo ha dicho, precisamente, a escasos meses de que se estrene en los cines Ferdinand, una película norteamericana de animación protagonizada por un toro bravo criado en Andalucía. Si Disney no había hecho ya suficiente daño al mundo del toro a causa de su afición por la prosopopeya, la nueva película de la Fox, convenientemente jaleada desde las butacas por los encendidos y entregados animalistas, puede ser la estocada hasta el puño para el sector.
Ferdinand está basada en un relato de Munro Leaf que ya llevó a la pantalla el propio Walt Disney en formato de cortometraje en el año 1938 con el título de Ferdinando el Toro. Ferdinand es un toro bravo un tanto peculiar, puesto que prefiere pastar, oler las flores y descansar bajo la sombra de un árbol antes que exhibir su poderío junto al resto de la manada. Lo hace en Ronda, lo que, vaya contradicción, le va a servir de una gran promoción internacional a la ciudad malagueña, excelentemente retratada en la película. Sin embargo, el protagonista, por sus dimensiones, termina siendo elegido para ser lidiado en una corrida de toros en Madrid por un diestro bastante desagradable... y -ojo, incluye spoiler- me apuesto con ustedes a que ya sabrán que no recibirá ni un solo rejón en la plaza.
No me gustan los toros. Me atrae el misterio que rodea a la lidia, su simbología, la dimensión del duelo, pero no voy a los toros, no veo los toros, no me llena, me aburre la sucesión de las suertes. Tengo amigos a los que sí; de hecho, tengo amigos que viven del mundo de los toros y que están sufriendo un acoso constante y creciente por ejercer una profesión que no se estudia porque se ama, y de los que me acuerdo cada vez que alguien pone en cuarentena su futuro por el mero hecho de practicar lo políticamente ¿correcto?, que no es sino ceder, y ceder, y ceder, como está ocurriendo con muchas otras cuestiones que nos afectan a diario. Lo de Ferdinand, como tenga éxito, me temo, puede ser la puntilla.