Los hay, como los de Canarias, que por espectaculares nada tienen que envidiar a los carnavales de Río de Janeiro. Los hay mordaces, incordiantes, ingeniosos, sandungueros..., como los de Cádiz. Y los hay ancestrales, tradicionales y populares, como los que se celebran en lugares de la España rural, donde pudieron eludir la prohibición impuesta por el franquismo.
Cinco semanas dura el Entroido de Xinzo da Limia, en Orense, “el más largo de todos los carnavales que se celebran en España”, según su concejal de Cultura, Daniel Blanco, y uno de los más antiguos.
Aquí, máscaras que representan animales salen a la calle con látigos, hormigas vivas y kilos y kilos de harina que utilizan para, como manda la tradición, castigar a quien ose salir sin disfraz.
En tierras cántabras, el Carnaval más colorido y multitudinario es el de Santoña, donde la fiesta concluye con el juicio a un besugo enamorado de una sirena hija de Neptuno, que será quemado en las aguas de su bahía.
A Silió, en el valle de Besaya, el Carnaval llega mucho antes. Allí, el primer domingo del año, se celebra La Vinajera, de origen prerromano y en la que unos guerreros vestidos con pieles de carnero y cargados con pesados campanos, los llamados Zarramacos, dan caza al oso. Otros personajes de la mascarada son la pepona, el húngaro, los trapajones, la preñá...
En Cataluña, las tradiciones ancestrales tienen numerosos exponentes. Mientras en Solsona (Lérida) una familia de gigantes locos reparte bofetadas a diestro y siniestro, en Torrelló (Barcelona) otros dos gigantes exhiben sus enormes atributos sexuales en un pasacalles llamado festa pullassu (fiesta pollazo).
Hombres y niños de esta población se visten de mujer para la Nit de les senyoretes, mientras en Berga (Barcelona) recuerdan los enfrentamientos entre carlistas y liberales del siglo XIX con una batalla de bombas de harina. En Reus (Tarragona), se arrojan todo tipo de hortalizas, frutas y verduras en la Guerra de tomaques.
Los carnavales andaluces gozan también de gran predicamento. Máscaras y mascarones ocupan las calles de Alhama (Granada), mientras que en Baños de la Encina (Jaén), son los fachas los que dan la murga.
Los malagueños celebran a Don Carnal con una batalla de flores, entre otros actos festivos, y dan por finalizada la juerga con el entierro del boquerón, en la playa de La Malagueta. En Cuevas de San Marco los vecinos se lanzan botijos –antiguamente eran porrones rotos– y en Antequera se quema un mollete gigante de pan.
Castilla-León honra a Don Carnal con festejos taurinos, bailes de disfraces, charangas y peculiares representaciones, como la de La Barrosa, en Abéjar (Soria); los cucurrumachos, en Navalosa (Avila); o los jurrus, en Alija del Infantado (León), figuras infernales que van por el pueblo incordiando a los vecinos.
El de Ciudad Rodrigo (Salamanca) es el único Carnaval de España que mezcla máscaras y festejos taurinos, tradición que tiene más de quinientos años de historia.
En Arcones (Segovia) los tripudos protagonizan la fiesta. Navalosa, municipio abulense, conserva la tradición de los cucurrumachos, seres ancestrales y horripilantes que salen cada Domingo Gordo de Carnaval.
Los vecinos de Hacinas (Burgos) corren para evitar ser engullidos por La Tarrasca, especie de dragón con cabeza de burro, y en Hortigüela, en la misma provincia, son La Vaca Merina y su hija las que recorren el pueblo.
Las máscaras, los disfraces y las tradiciones ancestrales vuelven al Pirineo aragonés por Carnaval.
Se vive intensamente en la comarca del Sobrarbe, convirtiéndose en un reclamo turístico y cultural en poblaciones como Bielsa, con sus trangas y madamas, mitad humanos mitad animales que simbolizan la fertilidad y la virilidad.
RURAL EN NAVARRA
Este fin de semana en Gistaín, el muyén, representación antropomorfa del Carnaval, será ajusticiado en una fiesta que concluirá el Domingo de Piñata, que marca el fin del jolgorio y el comienzo de los rigores cuaresmales.
El carnaval rural tiene en Navarra uno de sus exponentes más auténticos y antiguos. Destacan los joaldunak de Ituren y Zubieta, personajes que llevan a sus espaldas grandes cencerros con los que ahuyentar a los malos espíritus y convocar la bondad para los campos.
El martes de Carnaval, la localidad de Lantz ajusticia y quema en la hoguera al muñeco Miel Otxin, un bandido de tres metros de altura que representa el mal. Tres pueblos navarros con representaciones carnavalescas atávicas son Lesaka, y sus zaku-zarrak; el desfile de niñeras y pastores de Bera; y los momorrotxos de Alsasua.
En la pequeña localidad alavesa de Zalduondo descargan toda su ira sobre Markitos, un muñeco de heno al que pasean por el pueblo antes de juzgarle y ajusticiarle en la hoguera.
Nadie se sustrae a la fiesta y a disfrazarse en Tolosa (Guipúzcoa). “Lo extraño aquí –dicen sus responsables municipales– es que haya alguien que no participe”. Originales barcas, en las que navegan los jóvenes de Pego (Alicante), bajan por el río Bullent el sábado anterior a Carnaval. Más al norte, en Vinaroz (Castellón), Su Majestad Carnestoltes reina sobre la fiesta.
Otro original descenso fluvial tiene lugar en el casco antiguo de Avilés (Asturias). Allí, en la calle Galiana, cubierta por una espesa capa de espuma, artilugios a modo de barcas, a cada cual más sorprendente e imaginativo, protagonizan tan divertida travesía.
Los canarios celebran por todo lo alto lo que durante el franquismo se encubrieron como Fiestas de Invierno. En Santa Cruz de La Palma la llegada de los indianos supone que numerosos espontáneos armados con polvos de talco se echen a la calle para cubrir de blanco a todo aquel con el que se cruzan.