Cuando perdió las elecciones en 1996, Felipe González dijo que los expresidentes del Gobierno son como jarrones chinos en un pequeño apartamento ya que tienen valor, nadie se atreve a tirarlos a la basura, pero en realidad estorban. ¿Con que objeto se puede comparar a un rey emérito cuyas tropelías han quedado impunes gracias a la insuficiencia de indicios, prescripción de delitos, inviolabilidad y regularizaciones fiscales, motivos por los que la Fiscalía decidió archivar las tres causas abiertas en España? Probablemente, con el que nadie quiere en su casa. Aún así, Juan Carlos I nos regatea asistiendo a una prueba deportiva náutica en Sansenxo como preámbulo de un encuentro, el lunes, con Felipe VI y la reina Sofía, antes de su regreso ese mismo día a Abu Dabi, donde reside actualmente.
Como tantos otros asuntos, éste polariza a la sociedad española, y de qué manera. Están quienes ponen en un platillo de la balanza los excesos y arbitrariedades del monarca y en el otro su decisivo papel en la transición a la democracia española, ganando este último. Y, en frente, los que piensan sin más que el emérito es un sinvergüenza y eso le desacredita para cualquier tipo de representación institucional y notoriedad pública.
En cualquier caso, el regreso del rey es un nuevo dislate en una trayectoria jalonada de despropósitos. Las formas son muy importantes, y aquí no se han tenido en cuenta. Es asumible que el monarca regrese a España de forma puntual, pero hacerlo para asistir a una regata en la localidad gallega es como limpiarse en las cortinas. La sociedad española merece una explicación del anterior jefe del Estado. Cuanto más tarde en hacerlo más estará desgastando una institución como la monarquía parlamentaria, que ha demostrado su valía cuando ha ejercido su verdadera función simbólica, moderadora y representativa.
Lástima que en la época de los desmanes de Juan Carlos I no existieran unos verdaderos contrapoderes ante el monarca. Me estoy refiriendo a Fiscalía y medios de comunicación que, entonces, miraban hacia otro lado. De aquellos polvos vienen estos lodos. Si, antaño, se hubiera publicado en España -sí lo hacía algún medio de comunicación extranjero- lo que estaba pasando en la Casa Real, probablemente la fuerza de la denuncia habría detenido el afán por el lucro.