La frase se le atribuye a Pío Cabanillas: “Hemos ganado, pero no sabemos quiénes”, y resulta inevitable en muchos procesos electorales; en especial, cuando se trata de procesos políticos internos y es la militancia la que debe decantarse entre dos o más candidatos. Hay retratos de eufóricos afiliados en torno al nuevo líder que llevaron en secreto su predilección por el perdedor y que no tuvieron reparos en exhibir su entrega incondicional y su pública implicación con la causa emergente en el momento de la celebración. En la asamblea del PSOE de Jerez de este viernes no los hubo; solo vencedores y no vencedores. A lo sumo, integrantes a uno y otro lado que no ocultaron en el pasado la falta de afinidad -dejémoslo así- con quien ahora es su referente.
No hubo opción al “¿quiénes hemos ganado?”. O estabas o no estabas. Y lo reflejaban los rostros de unos y otros a medida que salían, entraban o aguardaban en el pasillo al recuento de la votación. “Me va la vida en ello”, cantaba Aute, aunque por razones meramente románticas. Bajo un silencio de recogida procesional, de templo adentro, la mesa iba dando en voz alta los votos que Mamen Sánchez e Isabel Armario acumulaban en las urnas, y si perdías la cuenta bastaba con fijarte en algunas caras para saber quién llevaba ventaja, aunque el resultado seguía siendo el mismo, el de un partido dividido en dos.
Ganó Mamen Sánchez e Isabel Armario podrá hacerlo en otra ocasión: es joven y tiene tiempo, recorrido y respaldos más allá de Jerez para consolidar su trayectoria y, llegado el momento, reivindicarse. Entre las claves que pueden ayudar a interpretar los resultados basta con enfrentar las estrategias seguidas por cada candidatura: la negativa de Armario a ofrecer entrevistas bajo la excusa de no exteriorizar un debate que entendía sólo debía ser interno -tal vez tras la mala experiencia entre Susana Díaz y Pedro Sánchez-, terminó por mermar la repercusión de su candidatura y por forzarla a hablar (mal) del empeño de Mamen; o la propia configuración de las ejecutivas, integradas por 56 personas en el caso de Sánchez frente a las 40 de la candidatura de Armario.
Curiosamente, la diferencia final entre ambas fue por 15 votos, y no porque la alcaldesa llevara más militantes que Isabel Armario, sino porque al implicar a más personas, y de distintas “sensibilidades”, con cargo de responsabilidad en su proyecto, pudo expandir lo suficiente sus redes de influencia para garantizarse un respaldo mayoritario -recuerden: “sólo me presentaré si es para ganar”-.
Pero sobre el resultado final también ha pesado otra circunstancia insalvable: el partido no se dividió este viernes, ni hace tres semanas, cuando se conocieron las candidaturas, sino que arrastraba ese mismo problema desde las primarias a las municipales, lo que ha terminado por jugar en favor de Mamen Sánchez como alternativa orgánica e institucional, nada de bicefalias, puesto que, programa en mano, eran muy pocas las cosas que las separaban, y mayoritariamente las que les unían.
E, indefectiblemente, el mandato de Mamen Sánchez se abre bajo esa obligada apelación a la unidad que, aún en caliente, resulta muy difícil de asumir por quienes han de darse por aludidos, pero sin la que el PSOE tardará en fortalecer su estructura como partido de cara a sus aspiraciones electorales en la ciudad, donde llegó a contar con 1.500 militantes hace apenas quince años -hoy apenas superan los 400-. Aguardar y contar los días que faltan hasta abrir el debate sobre la lista para las municipales, solo invita a una precipitada revancha que sigue sustentándose en el escozor de las heridas y en su propio recuerdo, como si no hubiera otra forma de ceder que pasar por las urnas en busca del refrendo necesario.
En el fondo, el problema del PSOE no es diferente al de otros partidos. En todos pesa el deseo compartido de ostentar las cuotas de poder interno, solo que en algunos se nota más que en otros, porque su trascendencia es mayor que en otros, pero también por un mero principio de inevitabilidad: como si formara parte de su naturaleza.