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Cambalaches

Malos tiempos para la épica y buenos para el cambalache pendenciero a costa de la buena fe del resto del personal

Mario Benedetti dejó publicados tres relatos breves ambientados en el mundo del fútbol. Uno de ellos lleva por título Cambalache, en el que ensalza el gesto de un delantero uruguayo que decide interpretar la letra del citado tango cuando suena el himno de su país antes de un partido contra un equipo europeo. Sus compañeros le reprueban el insulto a la patria y se niegan a pasarle el balón durante todo el partido, hasta que a dos minutos del final recoge un rechace, se planta en el área rival y logra un gol antológico que da la victoria a su equipo. En realidad, el gesto no iba en contra del himno ni de su país, sino de la directiva del club, dispuesta a mercadear con el equipo y los jugadores: en el siguiente partido, todos sus compañeros cambian el himno por Cambalache.

A este relato le precede otro titulado Puntero izquierdo, en el que otro delantero, apurado por su situación económica, decide aceptar un soborno para no marcar gol en el partido más importante del año. Sin embargo, a poco del final, tras acumular fallos incomprensibles y comprobar que el contrario tampoco era capaz de meterles un gol, aprovecha un pase entre la defensa para batir al arquero. A la salida del campo un grupo de matones le pega una paliza y le deja impedido para volver a jugar y trabajar el resto de su vida.

Benedetti apela a la épica personal del futbolista, que no deja de ser la épica personal del obrero o del ciudadano sometido por circunstancias laborales o políticas, y que se rebela desde el resquicio de nobleza o integridad que le grita desde su fuero interno, antes que dejarse doblegar o intimidar, sin importarle las consecuencias. Pero hay veces que esa épica resulta intrascendente, como han demostrado los jugadores del Eldense, el nombre del equipo tras el que se ocultan quién sabe cuántos casos similares más al suyo, porque, como ha escrito en alguna ocasión Ángel Revaliente, “en el fútbol, lo único honrado que queda es el balón, y lo tratan a patadas”.

Según datos publicados a finales del año pasado, el juego online movió en España 5.394 millones de euros durante el primer semestre de 2016, un 33% más que en 2015. De esa cantidad, casi la mitad, 2.627 millones se correspondieron a apuestas deportivas, con lo que en un solo año estamos hablando de un movimiento que pudo superar los cinco mil millones de euros. Con esas cifras por delante, háblenle ahora de épica futbolística  a cinco tipos que ya deben ser conscientes de que no llegarán a estrellas del fútbol, que cobran poco más de mil euros al mes y que se pueden embolsar una prima extra considerable por amañar un resultado. Es triste y lamentable, sí. Malos tiempos para la épica y buenos para el cambalache pendenciero a costa de la buena fe del resto del personal.

Al cambalache del fútbol, al de la propia honra a cambio de parné, pueden sumarle el de las armas de ETA a cambio de que ¿renunciemos a la verdad, al final definitivo de la banda terrorista?, con el agravante de que lo han escenificado ante nuestras propias narices y con la complacencia de la Comisión de Verificación Internacional, ese órgano inverosímil que tiene como portavoz a Ram Mannikalingam, de apellido muy parecido al del chiste de Ninotchka: “ojalá no se hubieran encontrado nunca”. A Mannikalingam, notario del paripé, le sobra de audacia lo que le falta de duelo, los que la sociedad española fue acumulando año tras año, salpicados por la sangre de los inocentes.

No sabemos qué historia le habrán contado para convencerlo de que vuelva a figurar en ese cambalache que no es tal, puesto que lo único verificable, y de nuevo, es la derrota de la causa terrorista. La historia, la real, no necesita ser reescrita, y mucho menos desde una posverdad insultante y por los artesanos del horror; permanece grabada en cada uno de nosotros, al menos entre los que nacimos en el siglo XX, y no debe caer en el olvido, a falta de un epílogo que sigue a la espera de un perdón y una disolución.

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