No le conozco. Simplemente coincidí a su lado a pie de playa mientras aguardaba la puesta de sol. Conversaba amenamente con algunos amigos que envidiaban-recriminaban su puesto de funcionario en la administración autonómica, y terminó por desviar la metralla fina del cachondeo con la sorna cómplice de la rima fácil: “¿Es que vosotros no sabéis que hay tres cosas en la vida que no valen pa ná? La lluvia en el mar, la luna de día y la Junta de Andalucía?” (Risas).
Ya sabemos que la exageración y el extremo son primos hermanos en nuestra versión coloquial de los hechos, y que nadie tomará al pie de la letra eso de que la Junta de Andalucía no vale pa ná, pero que ha hecho méritos para varios ridículos y no volver resulta palpable, y sin exageraciones. El último caso, el del concurso de las licencias de televisión local que adjudicó en 2007 y que ahora ha tumbado un alto tribunal obligando a anular aquel proceso y a proceder con una nueva licitación cuyas concesiones no se conocerán, como mínimo, hasta marzo próximo. No se apuren que en este caso tampoco ha dimitido nadie: el que la lleva la entiende y mis cojones 33.
En cualquier caso, la exageración del funcionario no lo fue tanto por la alusión a la Junta como por ceñir las cosas que no sirven para nada a tres ejemplos. Si se detienen un momento a pensar en alguno encontrarán argumentos de sobra.
El más obvio tiene que ver con lo ocurrido esta semana en el Congreso de los Diputados. Habrá quien se pregunte si ha servido para algo votar en unas segundas elecciones, y si servirá para algo votar en unas terceras. A nivel político, seguro que sí; lo que inevitablemente nos conduce a una lógica conclusión: quienes no sirven para nada son sus señorías, y algunos más que otros. Unos (los del sí) y otros (los del no) han argumentado sus posturas en horarios de máxima audiencia -hasta La 1 se cargó Acacias y Seis hermanas para ofrecer las sesiones parlamentarias en directo- y habrán intentado convencerles de su infalibilidad, pero haber cerrado el debate y las votaciones sin un gobierno ha sido un fracaso estrepitoso de todos, e insisto, de unos más que otros. Y no entro en lo de que tampoco nos sale gratis para no zaherir sensibilidades, pero hay evidencias que no admiten dudas.
Tampoco le encuentro el valor, el sentido, la oportunidad, el beneficio, a la decidida voluntad de seguir insultando y amenazando por las paredes de sus vecindarios a concejales del equipo de Gobierno de Jerez, a la perniciosa incursión en el garaje de la vivienda de la alcaldesa para dañar su vehículo, como si la extorsión fuese la única vía posible para entablar un diálogo.
Entiendo que no valdrá para nada, salvo para retratar a los todavía anónimos y aguerridos defensores de una causa que todos conocemos sin excesivo riesgo a equivocarnos. Ni sirvió hace unos años ni servirá ahora, aunque cada cual lo haya dramatizado a su manera. La cuestión de fondo ni es política ni es personal, por mucho que se apunte a unas siglas y a quienes las representan. Como la mayor parte de las cosas que engrandecemos en esta vida, tienen que ver con una sola: el dinero.
Y ya que estamos en el primer domingo de septiembre, una cosa más que no sirve para nada, salvo para sacar a muchos psicólogos aburridos por televisión: el síndrome postvacacional, y, si se empeñan, el prevacacional también. Cada vez que lo pronuncian me viene a la mente una imagen: las manos de mi abuelo, zoleta en mano, abriendo y cerrando la acequia para regar los huertos, día tras día en pleno verano, y sin conocer más piscina que la alberca a donde llegaba el agua del río. A esto hemos llegado, a la consagración de la nadería como recurso informativo y como plaga psicológica, reconvertida en mal de muchos, consuelo de tontos.
A la postre, lo peor de las cosas que no sirven para nada es el fastidio que ocasionan, y si no que se lo pregunten a los que se han tenido que operar de apendicitis, otra cosa que te dicen desde pequeño que no sirve para nada, pero que cuando se manifiesta es peor que un espíritu a traición.