El despilfarro es uno de los mayores problemas que los seres humanos padecemos. Aunque lo hacemos sinónimo de moneda malgastada, no siempre es la causa económica su única procedencia. La mayor prodigalidad que hemos padecido ha sido el derroche de años. Incomprensible. Desde el supercontinente Pangea (toda la tierra) hace 300 millones de años hasta la formación de los cinco continentes actuales y aparición del homo sapiens ser humano o persona hace unos 315 mil años -¡qué de años¡- evolutivos, sí, pero inútiles para el desarrollo inteligente de nuestro planeta.
En el lienzo que constituye el universo, no llegamos a ser más de un punto y desde este minúsculo lugar nos preguntamos, con la ansiedad que engendra la desesperanza, ¿y todo esto quién lo ha hecho y por qué lo ha hecho? Hay motivo para pensar que ha sido hecho por una sola mano (todos le llamamos Dios), porque la vida ya existía en aquellos supercontinentes. Por ser más conocidos recordemos a los dinosaurios o los Shringasaurus. No es importante sus nombres, sino que todos muestran una estructura tipo, una base idéntica de células, tejidos, órganos y sistemas, esquema utilizado para todos los demás seres existentes posteriormente. Y para el hombre por supuesto. Considerado así, nuestro mundo habría sido creado. ¿Con qué finalidad? Ni idea. Las doctrinas son posteriores a esta creación y deben su existencia a nuestra necesidad de construir sociedades de bienestar, solidaridad y justicia y al par que nos den esperanzas de vida eterna. Mientras sean múltiples, es el lugar geográfico en que has nacido, el más influyente a la hora de elegir una de ellas.
Este siglo XXI que algunos creen caótico, yo lo veo indiferente, hasta el relativismo ha perdido el empuje arrebatador inicial. La ciencia avanza y el individuo normal se encoge de hombros ante las diatribas espirituales. Se vive el día y su situación política. Se sueña con la fama, pero conseguida sin esfuerzo. Con subvenciones, sin tener a cambio que realizar faena laboral. Con negocios, sin exposición alguna, sino como intermediarios bien comisionados. Se es ateo. No creyente o algo más cursi aún, se es agnóstico, verdadera joya de la corona, entre políticos. Las tradiciones ruedan por los suelos, sin necesidad de la piqueta destructora de la memoria histórica. La familia en peligro de romperse y sin tener el material preciso para poder soldarla en caso de fractura. El ciudadano debe vivir solamente para su Gobierno. Los principio éticos y morales están por encima de las consideraciones familiares. Su "deriva" se ha puesto de moda. El amor no tiene valor de continuidad. El "hasta que la muerte nos separe" es propio de fracciones de la sociedad, incapaces de conseguir plaza, en las oposiciones al progreso. El amigo y su sinónimo más politizado "el compañero" sobre todo si es del mismo partido, es el único al que debemos recurrir cuando estemos necesitados. Son nuestros elegidos, no así el padre, la madre, los hermanos o los hijos, impuestos por las formas de vida aún existentes.
Hace unos días el Rey Emérito ha regresado nuevamente a Abu Davi. La Fiscalía acabó archivando todas las investigaciones que se realizaron sobre su persona. Su hijo que había marcado claras diferencias y distancias con él, incluso renunciando a herencias, solo habló por teléfono con él en Abu Davi. Y en nuestro país lo hizo tras varios días de estancia previa del monarca emérito. Cuánto quieren padre y madre a sus hijos. Cuántas vivencias pasadas. Cuantas alegrías el verlos crecer, reirse con sus diabluras y juegos. Gozar con sus progresos adquiridos. El peor de los homicidas siempre tendrá a su lado a su padre y madre, defendiéndolo, sin eludir los tribunales de justicia.
Ante la imposibilidad de tener una certeza absoluta de otra vida, es en ésta donde mientras tengamos un tesoro inigualable como es los padres vivos, donde hay que quererlos, disfrutar si es posible a diario de su presencia y saber que los cargos aunque sean los de más importancia del país, pueden perderse de un día a otro y no tienen valía suficiente como para anular una relación que no tiene comparación con ninguna otra, porque Dios también es nuestro padre. En el aeropuerto y al pie de la escalinata por donde descendería el Rey Emérito, debían haber estado todos sus hijos. Hay que ser buen hijo y buen Jefe de Estado. Lo primero sin lo segundo podría dar lugar a privilegios, tal mal considerados en democracia. Lo segundo sin lo primero, nos podía dar aire de excelente profesionalidad, pero en la escala del amor filial estariamos aliados a la redondez cerrada y triste del cero. El alma no debe estar ajena a los cargos estatales. Es nuestro mejor despilfarro.