Verona. Dos enamorados. Dos familias enemigas. Odio y violencia. Muerte. Romeo y Julieta en seis días, se han enamorado, se han casado, Tienen su noche de boda y su tragedia, que se consuma al ir Romeo a la tumba de Julieta, verla muerta e ingerir un veneno. Luego Julieta despierta, ve muerto a Romeo, no le ha dejado ningún veneno y con su daga se suicida, abriéndose su vientre de 16 años de edad. El ingenio de Willians Shakespeare, nos muestra con la sutileza de un ave cantora, la fina agudización con que incide la pérdida de la persona amada, en el universo del amor. Leída o expuesta en medios audiovisuales, esta historia, el gran público, da categoría de héroes - y mártires - a los que han quedado como icono del summun del amor.
En España un reflejo de esta actitud está en los “amantes de Teruel” cuya tumba es visitada a diario por una multitud de curiosidad indiferente donde el respeto marcha parejo con grados muy diferentes del sentido del humor. Es lo que suele ocurrir con los hechos escritos o que nos llegan por tradición oral, pero sin la palpación, que es el único sentido que eriza y produce escalofrío en la epidermis del alma que los presencia.
Tenían una edad media de unos cincuenta años, cuando los conocí. Una enfermedad crónica e irreversible, iba consumiéndole a ella su vida. Eran modestos y educados, discretos y alegres. Se enamoraron de niños y sobre el blanco lienzo de su amor, ninguna macula encontró espacio para posarse. La muerte que no es mácula, sino daga, siempre encuentra la forma de segar la maleza para llegar a apropiarse del fruto con la impunidad que le da la evolución. Élla lo sabía. Después de un largo ir y venir por las camas hospitalarias, una tarde de sofocante calor veraniego, consumió el número de sístoles de su vida. Requerido para comprobar el óbito, al salir de la habitación, el esposo que esperaba en el pasillo de la sala, me pidió permiso para poder verla, antes de ser conducida al mortuorio. Se lo dí. Pasó un amplio espacio de tiempo. No tuve más remedio que tras llamar suavemente a la puerta y pedir permiso, entrar en la habitación. Un levísimo quejido plañidero, hería el silencio de la sala. Aquel hombre permanecía abrazado a aquel cuerpo inerte, cuyo rostro humedecido por sus lágrimas, tenía esa expresión benévola que la enfermedad no pudo cercenar. Disimulando la cercanía con que las lágrimas empezaban a llegar a mis parpados, le dije que había que trasladar el cadáver e higienizar la habitación. Como siempre respondió educadamente.
No le volví a ver. No habían pasado cuatro meses cuando una ambulancia nos lo dejó en el área de urgencias en quietud total de su circulación, su respiración y su ritmo cardiaco. Fue irrecuperable. El estudio postmorten totalmente preciso y cierto, confirmó la patología cerebro vascular. Pero en los resquicios de mi alma no científica, como si de un "graffiti" se tratase, está impresa la frase: "yo sé que murió de amor-
Hace pocos días, un hombre que consiguió conocimiento y fama gracias a un programa televisivo, sorprende al haber decido cortar el hilo de su vida, que en realidad era hebra muerta, meses después de haber perdido a su esposa.
No eran, estos últimos, amores de seis días, que en parte podrían desvirtuar la acción llevada a cabo, sino que se trata de toda una existencia dedicada a aquella persona cuyo encanto, trato y entrega diaria, dio a sus vidas el más alto premio que la humanidad conoce: el amor.
Siglo XXI. Nos han hecho creer que viene respaldado con las credenciales de progreso y bienestar, que hace arcaico todo lo anterior a él.
Pero la equivocación salta a la vista y la lastima. Lo que más claramente se observa es que la envidia que antes ocupaba todo nuestro suelo, unida invariablemente al resentimiento, ahora tiene un competidor exigente en la soberbia. El español apoyado en el falso concepto igualatorio que le da la inexperiencia democrática es soberbio y altanero. Se valora, se posa en un nivel, mirándose solo en sí mismo. Nunca en la valía por comparación con los demás. Es ciego para los valores humanos que no estén dentro de su modo de pensar y creer en las cosas y lleva al territorio de la ignorancia todo lo ajeno. Se diferencia de todos los demás, en que estos últimos son “necesitados” y el claramente suficiente. Algo muy distinto al vanidoso, pero físicamente unido, que además se cree la estimación que otros le ofrecen, bajo cuya capa hay intereses casi siempre inconfesables. No es época de Romeos y Julietas, - que se ven como absurdas - sino de elecciones al poder.