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Una feminista en la cocina

Una patera en los Toruños

A cualquier hora del día los Toruños son cielo. Caño mareal con remolinos salados y la Nelo de Helena recortando el horizonte

Publicado: 24/06/2022 ·
08:32
· Actualizado: 24/06/2022 · 09:38
Autor

Ana Isabel Espinosa

Ana Isabel Espinosa es escritora y columnista. Premio Unicaja de Periodismo. Premio Barcarola de Relato, de Novela Baltasar Porcel.

Una feminista en la cocina

La autora se define a sí misma en su espacio:

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Los Toruños.


A cualquier hora del día los Toruños son cielo. Caño mareal con remolinos salados y la Nelo de Helena recortando el horizonte. El pantalán que sirve para deportes náuticos estaba ayer rebosante de niños. Es lo que tiene el fin de curso. Uno de los grupos era de papás y mamás que habían convidado a los nenes a la aventura de que salgan en piraguas turísticas a surcar aguas que antaño fueron fenicias. Los niños de este turno se entretuvieron con los cangrejos violinistas que toman el sol entre bajamares y gaviotas. No hay nada más hermoso que verlos confundirse con la arena que agujerean para hundirse en ella al mínimo aviso de invasión de su territorio. Ayer como les digo no tuvieron suerte, porque los bárbaros no entienden de protecciones, ni de reglas. Tampoco tuvo suerte una patera vieja que apareció abandonada en mitad del caño a merced de las mareas, con su cargamento final de zapatos embarrados en su vientre y ropa ajada.

Cuando los que integramos el baby boom cumplamos la edad que ahora tiene mi padre, lo mismo estos necios nos joden como ahora a los violinistas, más que nada por ignorancia y burrez. Lo mismo el Notario Cotorruelo, mi amigo Pacheco, la beligerante Maripino Romero o la farmacéutica de Mozo que trata a mi padre con el respeto que cree que se han ganado las personas mayores, seremos carne picada en la trituradora de la vida a la merced quizás de esos que hoy transitan por el paraíso arrancándole las entretelas sin notar ni su dolor, ni el mío que los observo sobrecogida, mientras sus padres los felicitan. Quizás varearemos como patera desfallecida por los vientos africanos sin nadie que nos guíe, ni nos sustente el retorno porque nunca hubo camino de vuelta a lo que se dejó atrás definitivamente. Muchas veces- disfrutando las vistas de este mar endeble de llantos, con graznidos de gaviotas y los malvas de la verdolaga que rezuman entre el verde y marrón de la vegetación -me pregunto qué de bueno hemos hecho los humanoides para merecer tanta belleza contenida en unos pocos de kilómetros con papeles en regla y estómagos saciados. Luego veo la gente que lo usa como aviadero momentáneo y me indigno, al igual que mi prima María Simarro ante la subida de las gasolinas. Supongo que  creemos que la naturaleza es de todos, pero nos importa guano de murciélago porque no es en realidad de nadie. Devaluable, vendible, utilizable y desechable como los pobres violinistas con Titanic humano-o la patera nieta del vaporcito -que nunca desfallecieron en su lucha por sobrevivir un amanecer más en este Edén portuense.  

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