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Torremolinos

Las navidades de don Antonio

Ya jubilado, don Antonio -de menuda figura, aunque de gran corazón- descubrió que vivir en Torremolinos era como tener una casa en el paraíso

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Don Antonio Brenes Infante no tuvo la fortuna de vivir en Torremolinos, aunque le hubiera encantado, si no fuera porque las cadenas de la nostalgia y las circunstancias le ataban a la escuela donde vivía. Conocía al dedillo la historia de Torremolinos y la de otros importantes municipios malagueños. No pocos fines de semana se acercaba a contemplar el mar desde el paseo de La Carihuela o desde El Bajondillo. Cierto que con mayor y obligada frecuencia admiraba el paisaje marítimo desde la costa de Fuengirola, que la tenía más cerca, ya que don Antonio, que durante cincuenta años se había dedicado a la docencia, vivía en Mijas.

Ya jubilado, don Antonio -de menuda figura, aunque de gran corazón- descubrió que vivir en Torremolinos era como tener una casa en el paraíso, aunque para entonces ya había echado raíces en la sierra de Mijas y no disponía de medios ni energías para mudarse a otra parte. Manuel, uno de sus colegas de enseñanza, más pudiente, había decidido pasar los últimos años de su vida en Torremolinos y don Antonio solía visitarlo con asiduidad. Charlaban ambos de mil y una cosas mientras paseaban arriba y abajo, a la par que se empapaban de los efluvios de la brisa marina. Cuando el compañero Manuel se fue para siempre, don Antonio volvió a sus soledades. Toda la vida estuvo solo don Antonio, a pesar de que aún le quedaban, en la lejanía del trato y del calor familiar, hermanos y sobrinos, de los que poco sabía ya el maestro.


Nacido en 1912 tierra adentro, en Almogía, en el Barranco del Sol -de progenitores que, aunque no entendían de letras, eran expertos en las labores del campo y a duras penas mantenían a sus diez hijos, cinco de ellos varones-, el joven Antonio Brenes se había visto forzado a cuidar cabras a la edad de nueve años. Un esporádico maestro escolar le enseñó a deletrear. Ya con algún año más, aprovechó Antonio la oportunidad que se le presentó de estudiar interno en el colegio salesiano de San Bartolomé. Posteriormente cursaría la carrera de Magisterio, iniciando la actividad docente al instaurarse la República, muy joven, si mal dicha actividad se vio interrumpida temporalmente cuando fue reclutado para luchar en el frente.

Vivió don Antonio en la burbuja de la nostalgia hasta el día de su óbito, en 1997. Jamás regresó al terruño que le vio nacer, a excepción de una vez que lo contempló de lejos. Me cupo el privilegio de conocerlo en 1986, con motivo de la presentación de su libro “Hablando con las piedras”, del que tan amablemente me dedicó un ejemplar. Me impresionaron sus versos, tan naturales y tan cargados de añoranzas. Don Antonio escribió más libros, pero éste concretamente hablaba más directamente al corazón y transpiraba la angustia y soledad en que su autor se hallaba. Su poema “Navidades en soledad” es elocuentísimo al respecto. Si hay una fecha en que el recuerdo y la sensación de soledad punzan más que nunca en las entrañas de quien, ya entrado en años, se ve privado de compañía, ésa es la Navidad. Don Antonio, que tanto de sí mismo había repartido durante medio siglo dedicado a la enseñanza, pasó muy solo sus navidades. Aunque era de tierra adentro, le hubiera encantado vivir junto al mar. El mar, fuera azul o gris, le borraba el amarillento recuerdo de los campos donde sembró su amarga niñez. El mar le hacía nacer de nuevo. Más de una vez había pensado en Torremolinos, a donde se había retirado su colega Manuel y donde, además del mar, de la playa y del sol, sus moradores disfrutaban de la tranquilidad y pureza del campo, de un bellísimo pinar y, hoy, de dos auténticos y acogedores edenes, todo sin salir del paradisíaco dominio del municipio. Pocos lugares del planeta son tan privilegiados.

NAVIDADES EN SOLEDAD
(Poema de Antonio Brenes Infante)

Solito, solo en mi casa
me pasé las navidades.
A ninguna parte fui
ni vino a mi casa nadie.
¡Solito, solo, yo solo,
solo con mis soledades!
Ni un amigo, ni un hermano,
nadie por mi casa, nadie.
Yo esperando día y noche
que a mi puerta llame alguien
y a mi puerta nadie llama,
no llama a mi puerta nadie.
Resígnate a vivir solo,
me digo, y sigo adelante.
Y espero y sigo esperando…
¡Y mi puerta no se abre!
¡Con cuánto amor la abriría
si en ella pegara alguien!
Una cama tengo hecha,
ya más de diez años hace,
esperando que una noche
alguien en ella descanse,
y en la cama nadie duerme
porque aquí no viene nadie.
Aquí solamente yo
viviendo mis soledades

.… … … … … …

Lo mismo que todo el año
me pasé las navidades:
ni a mi casa nadie vino
ni yo fui a casa de nadie.
Solo, solo, siempre solo,
solo con mis soledades.
¡Señor, tú que sabes
tantode ausencias y de orfandades,
tú que conoces tan bien
el abismo de mis mares…
¡No me dejes pasar solo
las próximas navidades!

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