Los miles de ucranianos que huyen de la guerra en su país están siendo recibidos con los brazos abiertos en España, donde se ha desatado una oleada de solidaridad y facilidades burocráticas que contrasta con las dificultades que encuentran los refugiados que llegan de otras latitudes.
Preguntados por Efe por las razones que generan estas diferencias en la acogida, expertos y profesionales del sector aseguran que no es una cuestión de racismo o discriminación, sino de una solidaridad alentada por factores como la proximidad geográfica y la empatía social y cultural con los que huyen que provocan un sentimiento de “podría ser yo”.
“No hay que ver, para nada, un sesgo racista, sino de empatía y cercanía; voy a hacer lo que me gustaría que hicieran por mí”, asegura rotundo el presidente del Movimiento contra la Intolerancia y secretario general del Consejo de Víctimas de Delitos de Odio, Esteban Ibarra.
Para este veterano de la lucha contra la discriminación, a la solidaridad tradicional de la sociedad española se suma el hecho de que España y Ucrania comparten características culturales y sociales que puede crear una cercanía superior a la de otros conflictos más lejanos.
A ellos su une la proximidad geográfica que permite literalmente “ir a la guerra en taxi” y una “capilaridad de la información que te llega a través de whatsapp directo a tu móvil desde el móvil de quien está sufriendo; eso tiene mucha más credibilidad que la información pública o publicada”, explica.
La portavoz de ACNUR (el Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados) en España, María Jesús Vega, es de la misma opinión y añade un componente más a la familiaridad con la que los españoles seguimos el día a día de la guerra en Ucrania: la presencia masiva de periodistas en la zona.
A diferencia de otros conflictos, los medios se han desplazado masivamente y los periodistas están en primera línea de salida de los refugiados “sin pasar miedo y sin correr demasiado peligro, lo que no sucede en conflictos como Yemen, Siria o Afganistán”, plantea.
Además, en España existe desde hace unos años una diáspora importante de ucranianos que según datos oficiales suman unos 120.000 instalados aquí, lo que permite un conocimiento de primera mano, una cercanía personal que en otros casos no se da y facilita a los españoles sentir que “podría ser yo la que estuviera huyendo”.
Vega confía en que esta avalancha de solidaridad sin precedentes ayude a “rebajar el discurso de rechazo al refugiado y, a la larga, creo que va a ser positivo”, asegura optimista, antes de apuntar que “ojalá esta solidaridad se pueda extender a las personas que ya están refugiadas en España y que también puedan encontrar una mano tendida”.
Algo menos optimista es la directora de la cátedra de Refugiados y Migrantes Forzosos de la Universidad Pontificia Comillas, Cecilia Estrada, quien argumenta que en la sociedad española sí existe un componente de racismo, de “no ver que la humanidad de todas las personas es igual”.
Estrada argumenta que, previo a ese sentimiento, hay un “racismo estructural” en el hecho de que los países tengan acuerdos de colaboración, de reconocimiento de documentos y títulos educativos, etc, con unos países y no con otros.
“Quien sufre las consecuencias de estos acuerdos geopolíticos son los ciudadanos de a pie, especialmente quien tiene un pasaporte afgano o maliense”, señala.
Así, explica que cuando la oleada de refugiados sirios, los europeos “se echaron las manos a la cabeza, porque había que acreditar y documentar caso por caso”, mientras que, en el caso de los ucranianos, tienen reconocido por la UE el derecho a entrar sin necesidad de visado, “con lo que la gestión en frontera es rápida y eficaz”.
En su opinión, los españoles “somos racistas, pero también compasivos” y sugiere que “debemos de reflexionar" sobre lo que está ocurriendo con los ucranianos y cómo se va a acomodar este fenómeno en el futuro.
También en la ONG Accem sienten que esta oleada va a cambiar a la sociedad española.
Esta ONG especializada en atender a refugiados en el momento de su llegada a España está al frente del operativo del centro de acogida organizado en Pozuelo de Alarcón (Madrid) como ya lo estuvo de la llegada de refugiados afganos el pasado verano.
Una portavoz de la organización ha subrayado a EFE que la sociedad española es “muy, muy solidaria, y se vuelca sin dudar”. Así apunta que, cuando alguien ofrece una casa o piso para acoger a ucranianos y se les informa de que hay otro tipo de refugiado que lo necesita, "nunca nos han dicho que no”.
Explica que el traslado de una familia de refugiados a un piso independiente es un segundo paso en el proceso de acogimiento, una vez que las personas ya han recibido apoyo psicológico y de integración y adaptación al nuevo país que, por lo general no han escogido libremente, y del que desconocen la lengua y las normas más básicas.
No obstante, esta portavoz advierte contra los “impulsos de solidaridad” que llevan a la gente a cargar su coche con medicinas y alimentos y viajar a Ucrania a “recoger” a una familia y pide que, por favor, estas ganas de ayudar y aportar se canalicen a través de una organización profesional y ya consolidada.
“Vamos a necesitar mucho apoyo y mucho músculo en los próximos meses para facilitar el acompañamiento y la integración de todos los recién llegados”, dice tras comentar que esta “solidaridad abrumadora es muy bienvenida, pero debe ser bien canalizada”.