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Jueves 18/04/2024  

Sindéresis

Escuela de rebeldes

No sé por qué siguen insistiendo en ceder un poco para intentar engañarnos a los dos años y por la puerta de atrás.

Publicado: 21/11/2021 ·
19:48
· Actualizado: 21/11/2021 · 19:51
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Autor

Juan González Mesa

Juan González Mesa se define como escritor profesional, columnista aficionado, guionista mercenario

Sindéresis

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Todos los pueblos tienen un límite que, una vez se rebasa, puede provocar la abdicación y pérdida de voluntad como grupo, o una revuelta. Hay pueblos, debido a su historia pasada y reciente, que no observan más opciones que levantarse y luchar. En muchas ocasiones estos pueblos dan la falsa impresión de ser dóciles o indolentes en los asuntos cotidianos. No son gente de poner hojas de reclamaciones.

Más bien, cuando llegan al límite, recobran el ejemplo de sus antepasados y de sus madres y padres, se hacen fuertes y comienzan a levantar barricadas. Son pueblos con experiencia cuando un conflicto se torna violento. No les coge desprevenidos la reacción inmediata del sistema capitalista de castas, en que la fuerza de choque del estado se pone con tanta asiduidad de parte del propietario, del empresario, del tirano.

Como las espadas de los cuentos clásicos, que no pueden volver a ser envainadas antes de que hayan bebido, estos pueblos, una vez que se levantan, despliegan su poder y su determinación para que los tiranos tarden en olvidar lo que sucede a sus intereses si intentan volver a darnos gato por liebre; sabemos a qué sabe un gato, y una rata, y una gaviota, porque hemos pasado hambre a fuerza de no vendernos. No hay campaña de prensa capaz de hacer olvidar a un pueblo rebelde de qué lado está la justicia, y la razón.

No hay tertulia de Tele 5 o diario del Grupo Joly capaz de torcer la voluntad del pueblo de Cádiz. Llevamos tres mil años fabricando barcos y cobramos lo que los barcos valen, y cuando reclamamos unas condiciones de trabajo dignas, estamos gritando a todos los astilleros del mundo que no se sometan, que cobren lo que vale su trabajo, y su peligro, porque en un astillero muere gente, y que cobren lo que vale un barco.

Y ese grito obtiene respuesta desde las cuencas mineras y desde las factorías del interior y desde los campos de fútbol y desde los hospitales, que tienen sus propias luchas, y desde las tierras de cultivo, donde bien saben que la diferencia entre dignidad y esclavitud está en una inspección de trabajo, y desde las empresas ganaderas, cansadas de someterse al gran capital y vender a pérdidas, y desde los sindicatos de estudiantes.

Porque la lucha del sector del metal en Cádiz es la lucha de nuestro tiempo: conservar las condiciones de dignidad en el trabajo por las que guerrearon, y a veces murieron, las trabajadoras y trabajadores que vinieron antes que nosotros en fábricas de tabaco, en las minas, en los muelles y, también, en las plataformas de trabajo a distancia.

Cádiz es una escuela de rebeldes, todo el entorno de la Bahía, y es una escuela que no puedes desmantelar mientras desmantelas la educación pública, porque se aprende en el tajo y en la calle y en boca de los mayores. No sé por qué siguen insistiendo en ceder un poco para intentar engañarnos a los dos años y por la puerta de atrás. No sé por qué no han aprendido todavía, vengan de donde vengan, lo único que necesitan saber para hacer negocios en nuestra tierra: que sabemos hacer barcos como nadie.

Y que Cádiz no se rinde.

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