Independientemente de la consideración crítica que le merezca a quien esto suscribe ‘Musarañas’ -que en ello entraremos luego…- no cabe duda de que estamos ante un debut fílmico arriesgado y arrollador. No cabe duda de que estamos ante una cinta valiente y extrema. No cabe duda de que estamos ante un relato potente, enmarcado en una época oscura de un país, aún feroz, y entonces terrible sin paliativos. Tan aterrador como la vida y circunstancias de dos mujeres unidas por turbios lazos de sangre. Tan oscuro y tenebroso como la historia y la Historia de las que se nutre.
Juanfer Andrés y Esteban Roel nos dan cuenta en esta película, con guión del primero y de Sofía Cuenca, de la miserable existencia -por llamarla de alguna manera- de dos hermanas, en el Madrid de los años 50. La mayor se ha sacrificado por la menor, al ser huérfanas de madre y con un padre ausente, hasta un límite que le ha costado su propia salud mental. Obsesiva y agorafóbica, de religiosidad fanática y atormentada por oscuros secretos del pasado, sus únicos vínculos con la realidad son la costura y su hermana. Pero la intrusión de un vecino, con mucho que ocultar, en su casa, trastocará todos sus esquemas.
Con los únicos escenarios de el tétrico piso donde viven las protagonistas, su escalera y un mínimo atisbo, contemplado a través de los visillos, del fragmento de calle que da al portal, los realizadores hablan de nuestro pasado en clave de un drama que luego se distorsiona, en un gore esperpéntico. La impronta de Álex de la Iglesia, que la produce, está indiscutiblemente ahí. pero hay muchas diferencias de fondo y de forma también. Andrés y Roel priman el intimismo y el microcosmos asfixiante y claustrofóbico frente a los no menos inquietantes macrocosmos exteriores y corales del director vasco.
Otro dato es el protagonismo de las dos mujeres, víctimas entre las víctimas de una siniestra postguerra, en plena dictadura franquista, y encerradas en un bucle sin salida. De ahí que la agorafobia tenga también una lectura política y sexista, derivada de la violencia específica sufrida por la protagonista, en función de su sexo y de la que -y gracias a ella- ha logrado escapar la hermana. Aunque, de hecho, y no es excluyente, la someta a una sobreprotección tiránica y castradora.
Lástima que todas estas sugerencias de la historia -de una historia negra, cruel y desasosegante- se dispersen, como el guión, en una orgía gore y efectista que no permite desarrollar las citadas y muy interesantes líneas argumentales. No solo en lo que concierne al relato, a su lógica interna, sino también a los personajes. Aunque no se pierdan del todo, sí se desaprovecha este material tan inflamable, crítico y estimulante.
Pero sus logros, su arrojo, su interés están ahí y hay que apreciarlos y tenerlos en cuenta. Como el buen hacer de su reparto aunque haya caracteres tan desdibujados como el del propio Hugo Silva, quien, paradójicamente, desencadena el cataclismo sangriento. Muy bien, Nadia de Santiago y un inquietante Luis Tosar. Y, sobre tod@s ell@s, una arrebatadora Macarena Gómez, siempre al filo del exceso y el retorcimiento, pero sabiendo controlarlos.. Transmitiendo la ternura, la ferocidad y el humor salvaje de una criatura castigada, tan difícil de componer. Atormentada, conmovedora y brutal se apodera de la función y debería estar entre l@s candidat@s a los próximos Goya, si hay justicia.
Así que ya saben, con todos sus defectos, hay que verla.