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Sevilla

Las falsificaciones de arte que ocultó el franquismo, revelada por un detective privado

La Operación Sevilla fue una trama de falsificación de arte que en pleno franquismo se cerró en falso y que ahora desvela un detective privado

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El detective privado Juan Carlos Arias.

El detective privado Juan Carlos Arias.

El detective privado Juan Carlos Arias.

El detective privado Juan Carlos Arias le preguntó hace años a su padre, recién jubilado como comisario-jefe de la Policía Científica, cuál había sido el caso de su vida y este le respondió que la Operación Sevilla, una trama de falsificación de arte que en pleno franquismo se cerró en falso y que ahora él ha desenterrado tras una investigación de casi veinte años.


Las conclusiones de Juan Carlos Arias (Sevilla, 1960), así como un álbum fotográfico de posibles falsificaciones de cuadros, otro de los personajes implicados en la trama y decenas de reproducciones de documentos oficiales, han sido reunidas en un libro que bien podría servir de guión para una serie de misterio con tintes de picaresca.

"El falsificador de Franco. La historia del pintor que engañó al mundo del arte" (Samarcanda) es el título de esta historia sobre hechos reales, tan reales y tan históricos que salpicó a la esposa del dictador Francisco Franco, a Carlos Arias Navarro cuando fue director general de Seguridad en 1960 y a un ramillete de pícaros y aristócratas sevillanos venidos a menos de los años 50 y 60.

"El pintor que engañó al mundo del arte" y piedra angular de esta historia fue, según ha explicado a EFE Juan Carlos Arias, Eduardo Olaya, restaurador de arte de profesión y un superdotado como copista de obras de arte a las que era capaz de insuflarles vida, además de plasmarlas sobre lienzos que aparentaban varios siglos de antigüedad.

VAGOS Y MALEANTES

El pintor Eduardo Olaya visitó la cárcel en varias ocasiones pero nunca como falsificador de cuadros sino por estafas de medio pelo como manipulación de cheques, cambiazos de objetos depositados en el Monte de Piedad o, sobre todo, por su condición de homosexual, por lo que la policía de la época lo tenía más que fichado en aplicación de la Ley de Vagos y Maleantes.

Olaya, según las pesquisas de Arias, trabajaba por encargo para un legendario anticuario de Sevilla, Andrés Moro, quien estuvo activo hasta los primeros años 90 y quien llegó a poseer todos los edificios de una manzana al pie de la Giralda repletos de antigüedades, además de mantener amistad con lo más granado de la aristocracia sevillana, tanto que algunas operaciones de venta aún con clientes extranjeros las cerraba en las casas-palacio de estas familias.

Andrés Moro, a su vez, era suministrador de antigüedades y de obras de arte de un comerciante de arte con contactos internacionales y tienda en Nueva York, Stanley Moss, quien era cliente habitual del anticuario sevillano porque este era tan profesional -según Arias- que "si no tenía lo que le pedías, te lo buscaba".

Y ahí es donde, según el detective, entraba Olaya, ya que si pedían un Murillo, Olaya lo fabricaba, si pedían un Greco, Olaya -nunca mejor dicho- lo calcaba, y así con Ribera, Velázquez y otros grandes maestros, hasta el punto de que pudo copiar o "inventarse" entre 400 y 500 cuadros, ya que trabajó metódicamente -jamás pintó un cuadro propio ni firmó ninguno con su nombre- desde finales de los 40 hasta el final de los 60.

EN MUSEOS DE MEDIO MUNDO

Arias tiene también la sospecha de que algunas de esas falsificaciones, además de en colecciones privadas, puedan hallarse en las colecciones de museos de Europa, América y Australia, a las que está comprobado que Moss vendió obras en múltiples ocasiones.

Pero todo aquel entramado se vino abajo cuando Carmen Polo, esposa del general Franco, en una de sus visitas a Sevilla adquirió un supuesto bodegón de Velázquez procedente de los fondos de Moro, a quien, según Arias, la insigne señora le había dejado a deber con anterioridad varias piezas auténticas o no se las había terminado de pagar al precio inicialmente convenido.

Arias está convencido de que Moro le "colocó" el bodegón falso a la esposa del dictador en venganza por todos aquellos pagos que le debía, de tal modo que el supuesto Velázquez adornó durante unos años una de las paredes de El Pardo, en Madrid, hasta que una denuncia de una aristócrata sevillana -cuyo original se reproduce fotográficamente en el libro de Arias- señaló el bodegón como un falso Velázquez.

La Policía se puso en marcha y las investigaciones llegaron a la mesa de Carlos Arias Navarro, entonces responsable de la Dirección General de Seguridad, instancia desde la cual se mandó archivar las investigaciones en cuanto confirmaron que uno de los supuestos cuadros falsos había ido a parar al mismísimo Palacio de El Pardo.

"Ese bodegón no va a aparecer nunca; es un cuadro maldito; además de que los timados nunca quieren que se sepa que lo han sido, mientras que para los falsificadores la mayor satisfacción es que tomen sus obras por auténticas; y los museos son particularmente reacios a admitir que pueden custodiar una falsificación. No obstante, El Prado compró cinco cuadro a Moss", ha concluido Arias, como si más que sobre el guión de una película hubiera estado trabajando sobre el de una serie, una serie que aún no hubiera terminado.

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