El año 2001, según el CIS, la principal preocupación de los españoles fue el terrorismo de ETA. A esta banda se le atribuyen 885 asesinatos en toda su historia, 15 aquel año de máxima alarma en que en nuestro país se quitaron la vida 3189 personas. Supongo que el problema es que si a un suicida le preguntas cuál es principal preocupación, jamás te dirá que es el suicidio; posiblemente su problema sea el dolor que le causa la vida. Durante muchos años, demasiados, se actuó en virtud a la teoría de que hablar del suicidio, ofrecer los datos estadísticos que podrían ponernos sobre alerta, provocaría más suicidios por una cosa llamada efecto Werther. Mientras tanto, las familias que han tenido un caso de suicidio en casa, a las que se considera supervivientes a un nivel psicológico, posiblemente se sentían aisladas, fallidas o malditas. Porque el suicidio era algo que pasaba en las películas; al fin y al cabo, no nos preocupaba, según el barómetro del CIS, ¿verdad? Y parece que sigue sin hacerlo.
Actualmente el suicidio es la principal causa de muerte no natural en España, y dobla al número de fallecidos en accidente de tráfico. Sin embargo, nuestras carreteras están sembradas de señales que obligan a moderar la velocidad, cualquiera que coja un vehículo debe pasar un examen de capacitación e ir demostrando que sigue siendo capaz cada cierto tiempo, se nos somete a controles de consumo de alcohol o drogas cuando vamos al volante y todos los vehículos deben pasar una inspección técnica para asegurarnos de que no son contaminantes o peligrosos. Por contraposición, ¿qué hacemos para prevenir el suicidio, para combatir esto que mata más que el tráfico? Protocolos de observación que no se cumplen y que están limitados por el presupuesto anual. Alas hospitalarias de agudos en las que se mezclan personas que han intentado suicidarse con enfermas de anorexia, esquizofrenia o incluso vagabundos alcohólicos. Absolutamente ningún apoyo a las familias que, en teoría, deben evitar que la persona se suicide mientras está con ellos, porque para matarte solo te hace falta una ventana y un segundo de margen. Psiquiatras de Urgencias que te dicen que la persona está llamando la atención. La antesala de miles de funerales en las que nunca falta quien diga: «Hay que resignarse, porque hizo lo que quiso». Curas hablando de pecado.
¿Alguien se imagina que dejáramos morir enfermos de cáncer porque no hemos presupuestado las quimioterapias necesarias? Eso es lo que se hace con las personas en riesgo de suicidio, y sus familias. Se les retienen 15 días y se les manda para un hogar donde la familia tiene que estudiar, trabajar y dormir. La gente se suicida en su propia casa, ¿cómo alguien puede pensar que la familia está preparada para evitarlo y afrontar el día siguiente? Las personas, en España, se matan a sí mismas más que lo que matan a otra persona. El suicidio es la punta de un iceberg desolador, por más que esa punta haya estado envuelta en niebla; debajo flotan millones de españoles anclados a la cama por una depresión, agarrados a una pared por la ansiedad, arruinándose y arruinando por culpa de un trastorno de personalidad o una adicción. ¿Cómo no estamos en alerta 4, poniendo todos nuestros medios para que la ciencia comprenda, trate y detenga esta pesadilla? Nuestro frente de batalla, no lo dudéis ni un momento, es la mente, pero nosotros le respondemos al CIS que tenemos miedo de que nos mate un coche o un etarra, o que los okupas nos quiten nuestra segunda vivienda. Y la plaga se extiende.
