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ESTRÉS EN EL CORAZÓN

Estudios previos han demostrado que la depresión, la ansiedad y el estrés postraumático pueden incrementar el riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares.

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Ante un entorno de constantes cambios y agresiones, el mantenimiento de la vida depende del control interno de nuestro cuerpo. El mecanismo de respuesta fisiológica ante las alteraciones ambientales se denomina homeostasis, consistente en el intercambio de materia y energía con el exterior, o sea el metabolismo. Se trata de una forma dinámica de armonía funcional mediada por complejos sistemas de autorregulación.

Desde hace años, sabemos que el estrés psicológico constituye una importante y frecuente amenaza para el equilibrio interno del organismo humano. Ante cualquier agresión emocional, el cuerpo libera diversas sustancias en la circulación sanguínea que activan directamente el sistema nervioso simpático y otras vías fisiológicas no bien conocidas. Estos sistemas de defensa aumentan, de forma inmediata, la frecuencia cardiaca -taquicardia-, elevan la presión arterial -hipertensión- y preparan la circulación sanguínea para responder a la injerencia exterior, incitando al cerebro en encontrar soluciones que contrarresten la agresión emocional.

Algunas de estas sustancias activadas son hormonas -dopamina, adrenalina, noradrenalina-, verdaderos neurotransmisores químicos que emiten las señales neuronales al sistema nervioso. El estrés también estimula la producción de citoquinas o citocinas, proteínas muy pequeñas, responsables de la comunicación entre las células -lenguaje celular- y la liberación de inmunoglobulinas para la defensa ante las agresiones exteriores, por parte del sistema inmunológico.

Estos complejos mecanismos no llegaban a entenderse del todo, particularmente el papel que desempeña el estrés en la obstrucción de las arterias del corazón, acción desconocida que ha tenido ocupado a científicos de todo el mundo. La investigación ha demostrado que el estrés agudo puede ocasionar espasmos o lesiones de las arterias coronarias, que podrían desembocar en la enfermedad coronaria -angina, infarto de miocardio-.

Cuando la situación de estrés se perpetúa, por falta de adaptación psicológica o estrés persistente, se instaura el estrés crónico que ocasiona hipertensión arterial y un progresivo aumento del grosor de la pared arterial -arteriosclerosis-.

Las amígdalas del cerebro

Para poder entender la relación existente entre el estrés emocional y la aparición de la enfermedad cardiaca es preciso recorrer un complejo camino, que comienza con un estímulo cerebral hasta ocasionar, finalmente, lesiones en las delicadas arterias coronarias.

En la porción media del lóbulo frontal de cada hemisferio cerebral existen unas condensaciones de neuronas muy especiales, encargadas de regular nuestras emociones, llamadas amígdalas cerebrales. Su nombre deriva del griego αμύγδαλο y latín amygdalus -almendra-, debido a que tienen el aspecto externo de almendras.

Amígdala cerebral.

Se creía que las amígdalas cerebrales estaban involucradas únicamente en el control de las emociones desagradables, ahora sabemos que también regula las emociones gratificantes. Desempeñan un papel imprescindible en la mediación del comportamiento humano, tanto en el aprendizaje como en el procesamiento y almacenamiento de las emociones. Existe una amplia gama de emociones humanas -alegría y tristeza, placer y disgusto, agresión y arrepentimiento, valor y miedo, amor y odio- que configuran el amplio abanico de la excitación emocional. Estas pequeñas amígdalas tienen la importante misión de controlar el estrés, miedo, ansiedad o depresión, aunque pueden desencadenar ciertas acciones a distancia perjudiciales para el sistema cardiovascular.

Las amígdalas envían mensajes al hipotálamo -activador del sistema nervioso autónomo-, a los núcleos reticulares -reflejos de vigilancia, paralización y huida-, a los nervios trigémino y facial -expresiones de miedo o alegría en la cara-, y otras áreas tegmentales -activación de neurotransmisores, como la dopamina, adrenalina, noradrenalina-. La interrupción de estas conexiones entre las amígdalas y estas estructuras ocasiona la “ceguera afectiva”, que impide valorar adecuadamente lo que nos está ocurriendo.

Esta compleja red de conexiones cerebrales es activada por las amígdalas, especie de interruptores neurológicos que se activan ante las situaciones de estrés. La investigación científica ha permitido cartografiar el funcionamiento cerebral ante el estrés, con la ayuda de la resonancia magnética funcional, tomografía axial computarizada y estimulación magnética transcraneal. Algunos estudios han puesto de manifiesto que las amígdalas controlan “el cerebro pensante” -neocortex-, antes de que tome cualquier decisión para regular una agresión emocional que acaba de ocurrir. Esta interacción -amigdalas/neocortex- constituye lo que conocemos como inteligencia emocional.

Gracias a sus interconexiones, las amígdalas cerebrales componen un servicio de vigilancia constante, dispuesto a alertar ante cualquier impacto emocional agradable o desagradable. Sus mensajes urgentes estimulan la liberación de hormonas y otras sustancias químicas que regulan la respuesta emocional.

 

Del cerebro al corazón

Estudios previos han demostrado que la depresión, la ansiedad y el estrés postraumático pueden incrementar el riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares. Un estudio de investigación, realizado en animales de laboratorio, sugiere que el estrés moviliza ciertas células de la médula ósea, que pueden depositarse en la capa más interna de las arterias -endotelio-, en contacto directo con la sangre, estimulando el progresivo depósito de lípidos -grasas- y otras sustancias libres en la sangre. En esos ratones, los monocitos, derivados de la médula ósea, liberados en respuesta a un estrés variable, migran a la pared arterial, donde provocan una inflamación. Estos hallazgos apuntan al incremento de la hematopoyesis e inflamación arterial como mecanismos resultantes del estrés.  

Médula ósea y hematopoyesis celular (Fuente: Medicusmeo)

Algunas publicaciones anteriores han demostrado la actividad de las amígdalas cerebrales en relación con la respuesta inflamatoria al estrés y la presencia de aterosclerosis preclínica en personas aparentemente sanas, aunque sin poder explicar la vía fisiológica de acción.

Recientemente, la prestigiosa revista médica The Lancet ha aclarado la compleja red de mecanismos fisiológicos que pone en marcha el estrés emocional. Y todo comienza en estas amígdalas del cerebro. http://dx.doi.org/10.1016/

Este estudio realizado por investigadores de la Universidad de Harvard (Boston, EE.UU.) describe el impresionante mecanismo biológico que define el vínculo entre el estrés psicológico y el riesgo cardiovascular. En el momento que las amígdalas cerebrales detectan que se está produciendo un estrés emocional envía mensajes urgentes a la médula ósea para que incremente la actividad de las células progenitoras -hematopoyesis-, movilizando y liberando abundantes neutrófilos y monocitos, que circulan en la sangre acumulándose en el bazo, importante reserva fuera de la médula ósea, para el posterior suministro de leucocitos -hematopoyesis extramedular-.

Los pacientes con niveles más altos de estrés tenían una actividad elevada de las amígdalas cerebrales, con cifras aumentadas de la proteína C reactiva -biomarcador de la inflamación-. Esta investigación ha demostrado que, tras el estrés emocional, los monocitos proinflamatorios de la médula ósea, activos productores de citoquinas, migran a la pared arterial inflamando su endotelio, haciéndole vulnerable a la formación de placas ateroscleróticas, o sea al comienzo de la enfermedad coronaria.

Acúmulo de células sanguíneas en el interior de una arteria del corazón.

En definitiva, este importante estudio clínico ha puesto de manifiesto el mecanismo fisiológico completo que causa el estrés emocional. Las personas expuestas a altos niveles de estrés emocional tienen una mayor actividad de las amígdalas que estimulan la producción de células por parte de la médula ósea que, liberadas en la sangre, se depositan en las paredes internas de las arterias, especialmente en las arterias coronarias, provocando su inflamación y posterior depósito de múltiples células y otras sustancias que van estrechando progresivamente su luz, inicio de la enfermedad cardiovascular (angina de pecho, infarto de miocardio, ictus, insuficiencia cardíaca, o enfermedad arterial periférica).

El análisis reciente de otros relevantes estudios, publicados en un metaanálisis, demuestra que reducir el estrés beneficia no solo el bienestar psicológico, sino que reduce significativamente el riesgo de padecer enfermedad cardiovascular. Las personas, asignadas aleatoriamente, con tratamiento del estrés emocional durante 3 meses, experimentaron una reducción aproximada del 50% de los eventos de cardiovasculares, en comparación con aquellas que se sometieron a la rehabilitación cardíaca sin prestar atención al estrés emocional.

Las intervenciones psicosociales para el manejo del estrés pueden mejorar significativamente la resistencia al estrés, asegurar el bienestar psicológico, disminuyendo los estados de ánimo negativos y el factor de riesgo cardiovascular.

Estos novedosos hallazgos demuestran que los beneficios observados en la reducción del estrés podrían deberse a la acción terapéutica sobre el eje neuronal-hematopoyético-arterial (amígdala-médula ósea-arteria). En el futuro, se necesitarán estudios más amplios para evaluar la modulación de este eje biológico, lo que podría producir un efecto clínico muy beneficioso para el corazón humano.

 

“El equilibrio interior comienza con una sonrisa”

 “El miedo siempre está dispuesto a ver las cosas peor de lo que son”

Tito Livio (59 aC – 17 dC) – Historiador romano

 

(*) José Manuel Revuelta Soba

Catedrático de Cirugía. Profesor Emérito de la Universidad de Cantabria

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