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Sindéresis

Banderas

Las banderas son señales para distinguirse en una situación en que la confusión es indeseable.

Publicado: 30/05/2021 ·
22:02
· Actualizado: 30/05/2021 · 22:02
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Autor

Juan González Mesa

Juan González Mesa se define como escritor profesional, columnista aficionado, guionista mercenario

Sindéresis

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A los que usan banderas con frecuencia, cualquier bandera, me gustaría recordarles alguna cosilla. Sé que lo hacen con el motivo de mostrar orgullo, de establecer una pertenencia de manera clara, pero no dejan de ser tan obvios e innecesarios como un coche patrulla con las luces de emergencia puestas cuando no está de servicio.

Las banderas son señales para distinguirse en una situación en que la confusión es indeseable. En una guerra, por ejemplo, los uniformes y las banderas nos dicen quién es de los nuestros y quién no. Una bandera en el balcón de tu casa, un día cualquiera, es como decir: “¡Eh, a los míos, disparad al balcón de al lado que aquí hay un español!” O un catalán, o un jamaicano, que me da lo mismo.

Las banderas, los uniformes, las equipaciones, sirven para diferenciarte, para separarte, para que no pasarle la pelota a uno del otro equipo. Alguien que tiene la necesidad de declarar su nacionalidad un día cualquiera, en su casa, lo que está diciendo es que no es igual que los demás, o, a la inversa, que, si los demás quieren considerarse sus iguales, deberían lucir otra bandera. La bandera no es identidad; la identidad es otra cosa mucho más estable que se expresa también en los momentos en que no hay enfrentamiento, que son la mayoría. La expresión de ser español un día cualquiera, o catalán o jamaicano, se da a través del conocimiento de tu nación, de su historia, sus leyes y costumbres, se da a través de la gastronomía, el senderismo, el arte, el respeto a su naturaleza y a su luz. Quien necesita una bandera para indicar a los demás de qué país viene, cuando no se ha movido del suyo, o está celebrando un Mundial, o no está seguro de en qué país se encuentra su calle, o le falta una patatina pal kilo.

Los Estados Unidos de Norteamérica tienen un grave problema de identidad, aunque parezca lo contrario. No solo están divididos en ricos y pobres, hombres y mujeres, y en las distintas etnias, sino que están divididos en Norte y Sur, y están divididos en los versículos del Antiguo Testamento ante los que agachan la cabeza. Un asesino puede cambiar de estado sin que lo persigan; en un sitio, pena de muerte y en el de al lado, legalización del cannabis; un país con tal incoherencia necesita banderas por todas partes para que la gente sepa dónde está y para que procure no olvidarlo. Esto sucede también en los regímenes dictatoriales; banderas en todas partes, esculturas de los líderes, enaltecimiento de la patria un día cualquiera, antes de ir al curro, al llegar del colegio. La necesidad de poner el himno nacional todos los días en un colegio es un reconocimiento de fracaso, la abdicación total, el pánico de los que no saben de qué país son y tienen que mirarlo en su muñeca cada día.

Y tendrán que mirar los labios de esos niños, a ver cuáles se mueven cuando suene el himno, y cuáles no, porque quien no sabe dónde está, quien se imagina rodeado de enemigos, o corta la paranoia de raíz, o sucumbe a ella. Tenemos unos cuantos balcones y ventanas pidiendo ayuda, pidiendo que los suyos no los tiroteen por error, marcando su muñeca con la bandera por si se pierden en este enorme parque temático que es la vida, las luces intermitentes iluminando un garaje vacío. Y luego, cuando ves a alguien así, se te enfrenta y te pregunta que qué te pasa, que si tú no amas a tu país, y no sabes cómo explicarle que uno ama a su madre pero no se hace una camiseta con su cara; a no ser que, si se pierde, quiera que lo lleven con mami.

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