La última: Espadas monta un numerito, hace un juego malabar para escurrirse, aunque de tan estrecho el agujero y tan forzada la escurriura, se ha dejado la piel. No por el esfuerzo de alcalde, o sea: no por desvivirse por sus representados, sino por la forma de eludir responsabilidad. En respuesta a la Asociación en Defensa del Patrimonio de Sevilla, pasa la pelota a la concejal de turno y luego de rebote la manda a la agujereada portería del pobre Pedro (Sánchez). Menos mal que es del mismo partido, que si llega a ser del PP ya podemos imaginar qué hubiera hecho. La Asociación defensora de la integridad del Patrimonio y su disfrute para la ciudad, pedía al Ayuntamiento el listado de los bienes inmatriculados por la Iglesia católica, con eso más caótica que católica, porque es menos universal, más asenjera, menos cristiana y más apegada a la posesión de bienes terrenales.
Espadas no podía, no puede contradecir ni molestar el oído de quien elevó a hijo adoptivo de la ciudad. Y hace juegos malabares, se saca excusas de la varita caducada de mago caduco, para escurrir el bulto y negar la publicación del número y situación de esas inmatriculaciones ladinamente llevadas a cabo por Monseñor, en claro ataque directo al derecho de todos los sevillanos y un acicate a que los propietarios del bien se vean obligados a pagar por contemplarlo, aunque seguirán pagando también para mantenerlo. Todo un conglomerado habilidoso para hacerse amo de algo que en puridad no les corresponde. Y el ínclito Espadas abandona su representatividad al pueblo que lo ha elegido para elegir por su cuenta la de la Iglesia a la que venera, que no es la de Cristo, sino la de Monseñor. Ausente en él el sentido justo de justicia y de que las inmatriculaciones no son un problema religioso sino jurídico. Y que él antes que depender de la voluntad de Monseñor, se debe a la de la ciudad a la que tan indignamente representa en estos momentos.
El municipio y, por tanto su Ayuntamiento, deben defender los intereses propios. Y el Patrimonio histórico, artístico y monumental, es el primero de esos bienes que ahora, por arte de una ley dejada manca por el largo brazo de Aznar, ha pasado por treinta cochinas monedas de aleación a ser propiedad única y exclusiva de la Iglesia Católica. Para que nos entendamos: por treinta euros ahora el Patrimonio sevillano, como el del resto de poblaciones del reino, es propiedad de un Estado extranjero.
Y Espadas lo aplaude. Después de su inacción en todo cuanto ha sido de interés para Sevilla, la suma de este nuevo demérito, hunde a don Juan en la posibilidad de terminar de hundir a su partido, si llega a Secretario general y mantiene en ese cargo la misma actitud de indiferencia mezclada con negligencia y defensa de los intereses ajenos a la ciudad. Los miembros de su partido ya pueden ir rezándole, no a uno, a todos los santos de su devoción. Con todo, su ascenso a la secretaría tiene un resultado satisfactorio para el pueblo de Sevilla: no volverá a presentarse. Por favor, militantes, háganlo Secretario general, lo que quiera.