La muerte es menos si le pones un lazo. Por eso, con los mismos labios que gritaste «¡Gobierno asesino!», besarás a tu madre por encima de la bandeja de langostinos y quizá la mates, tú o alguno de tus veinte hermanos, primos y sobrinos. Pero es Navidad, ¿cierto? La época de despedirse de lo viejo y abrazar lo nuevo.
La muerte es menos si le pones un lazo, como el lazo de las calzas de los toreros. Por eso, con los mismos labios que gritaste «¡Gobierno asesino!», revientas la plaza y gritas para que a ese bicho le corten una oreja o las dos después de muerto. Por eso te atraen los lazos iluminados del alumbrado festivo y formas una melé, como un zombi, para salir a verlos. Porque la libertad era eso, ¿verdad? Libertad para el roce y el derroche, y libertad, llamemos a las cosas por su nombre, para propagar una pandemia que está diezmando a nuestra gente.
La muerte, al fin y al cabo, es lo que tú quieres que sea.
Puede ser un mero chapoteo en el mar Mediterráneo para los refugiados de la pobreza extrema a los que te gustaría que el ejército hundiera. Nos están invadiendo, ¿no dices? Y tú no quieres eso, no sea que te los encuentres vendiendo figurillas de madera en esa misma calle iluminada por centenares de miles de bombillas que chupan electricidad de una central energética cercana, o lejana, alimentada por los productos de África que llegan hasta nosotros en barcos u oleoductos. Da la impresión de que no habrías llegado a ser cristiano si de ti hubiese dependido, y si Cristo hubiese tenido que llegar hasta aquí en patera.
La muerte es lo que tú quieres que sea, ya que avalas la muerte insepulta de los represaliados de nuestro país, porque fíjate, si a todas las personas que nos ha arrebatado la pandemia le restas los rojos, homosexuales, gitanos, republicanos y masones que te parece tan lógico purgar, tampoco hemos muerto tantos.
Y si la gente enferma, que enferme, y si eso retrasa la atención de todo otro tipo de dolencias, y más gente se muere, que se muera; que hubiesen contratado un seguro privado; que se mueran miles, así puedes seguir gritando «¡Gobierno asesino!». Porque el gobierno no te quitó la libertad cuando tú querías, que seguramente fue mucho antes que cuando te la quitó, en 2015 o por ahí, y como no te la quitó a tiempo, ahora la quieres entera de vuelta, porque antes que la vida de los otros es más importante tu libertad, la de salir sin mascarilla, la libertad de que te den mascarillas gratis, la de que las mascarillas no tengan IVA, la de que sean mascarillas compradas en España; la libertad de que os dejen abrir los bares y llenarlos hasta la una de la mañana, que los empresarios hosteleros se hunden, y si va cayendo camarero tras camarero, no pasa nada, que para eso tenemos millones de parados; la libertad de celebrar la Navidad en familia y la libertad de poder visitar a los enfermos producto de esa cena cuando quieras y como quieras, con o sin mascarilla, uno o quince, que para eso pagas impuestos.
Para que el Gobierno te proteja.
Pero que lo haga con un lazo, uno hecho de dinero e insatisfacciones, de los constantes vacíos de tu interior que transforman la más estúpida incomodidad en una ofensa, el más mínimo sacrificio en una vendetta de rojos, porque a ti no te manda salvarte nadie, en todo caso, tu jefe puede mandarte que te mueras; ¿qué es eso de dar una paguita para que la gente pueda elegir entre curro o muerte? La muerte, al fin y al cabo, es lo que tú quieres que sea.
Y si le pones un lazo, es menos, casi nada, un número del que no tienes la culpa porque, en todo caso, se trataría de un número rojo.
