Ni truco, ni trato. Que ni yo sé magia, ni aquí tengo caramelos. Pero pasa, amigo. No te quedes en la puerta, que aquí en esta salita, al menos que yo sepa, no deambulan fantasmas. Eso sí, los zapatos al felpudo y aprieta fuerte que con las lluvias se pone todo pringueando en un periquete.
Esto de Halloween cada año me preocupa más. Y no te voy hablar del respeto hacia las fiestas, a las tradiciones o a las costumbres de otras sociedades. Esto no es cuestión de valorar si es comprensible o no “resucitar” a los muertos durante una noche terrorífica. Aquí nadie estamos para decidir si esta particular celebración tiene sentido o no.
Pero sí tengo claro que esto en Sevilla no calza ni a la de tres. Eso de ver a los chavales, y no tan chavales, con tintes fantasmagóricos y ríos de sangre por sus ropas no sé, no encaja en el marco e idiosincrasia de esta milenaria ciudad. Eso de gritar por las esquinas para asustar a los viandantes no es de recibo en una sociedad que tiene a sus muertos descansando desde hace casi dos siglos en el actual cementerio de San Fernando y que, evidentemente, no están en la condición de despertarlos. Además que si alguno se levantara y viera el panorama social es probable que volviera a su nicho de paz en menos de lo que canta un gallo.
Lo que se me escapa es qué sentido obtienen los retuendos de los cohetes en la noche de las brujas. Eso sí, cuando estos apuntan al cielo de Sevilla en una procesión o en las vísperas de la romería rociera por la capital se convierten en excusas perfectas para que vecinos y antisistemas levanten actas de denuncias ante la policía. Y ya si encima tenemos que tratar el asunto de los payasos diabólicos que andan sueltos por las calles pues entonces apaga y vámonos. Ojo avizor, que andan por las esquinas y con ganas de guasa. Eso sí, debajo de esas máscaras hay personas que se siguen exponiendo a un verdadero susto. Porque Sevilla no entiende de tonterías, ni de modas americanas que llegan por el viento. Sevilla comprende que sólo el que la entiende será capaz de descubrirla en todo su ser. Y además, para qué vamos inventarnos otra fiesta con la pechá de trabajar que cuesta levantarla. Y menos la de “Jalogüin” teniendo ya en el día a día de Sevilla a todos los errantes, o a centenas de brujas con ganas de fastidiar. ¡Qué no! Qué a mi no me venden la moto. Que yo respetaré Halloween, siempre, pero aquí con los fantasmas tomamos hasta cervezas.