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Un peligro público

Quienes desde sus poltronas defiendan otros intereses sólo tienen que pasar por allí un día de calor.

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Quienes suelen a ir a la playa de Camposoto están acostumbrados y la costumbre tiene la virtud de minimizar las cosas, tanto las malas como las buenas. Es posible, pues, que ni siquiera se percaten de la situación de la carretera de acceso, mucho más cuando sólo la ven durante dos momentos al día, al entrar y al salir.

Pero quien acude a Camposoto con la intención de comprobar que lo que comentan a través de las redes sociales y entre los vecinos es verdad, quien además de llegar permanece una hora en el lugar precisamente cuando se produce uno de los intercambios entre los que se van a almorzar y los que llegan almorzados o a almorzar en la playa, comprende que la realidad supera cualquier comentario, cualquier queja y cualquier reivindicación.

Este año se celebra un cuarto de siglo desde que el ex alcalde andalucista Antonio Moreno abrió simbólicamente la cancela que prohibía el paso a los ciudadanos. Un cuarto de siglo en el que la playa ha sido adoptada -casi  desde el primer momento, porque muchos hubo que la usaron saltando alambradas o saltando por los aires- por la ciudadanía, se ha ido llenando de gente, se ha quedado pequeño todo cuanto se ha puesto  y ha entrado en un estatus de peligro público que las administraciones reconocen pero no son capaces de desactivar.

Cualquier proyecto que pretenda quitarle un par de metros al Parque Natural debe contar con el beneplácito de todas las administraciones, porque llegados al lugar en que estamos, de todos será la responsabilidad de lo que pueda ocurrir. Quienes desde sus poltronas defiendan otros intereses sólo tienen que pasarse por allí  un día de calor y quizá reconozcan que por encima de cualquier argumento, la necesidad creada exige una solución acorde con su magnitud.

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