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De creencias

La verdad puede quedarse lejos de la racionalidad humana y está influida por el medio en que nos desenvolvemos.

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Creemos lo que nos conviene creer, se suele decir con acierto, porque es doctrina que puede aplicarse hasta al temperamento más ecuánime. Podemos distorsionar la realidad hasta límites insospechados, si es eso lo que hace falta para enrocarnos en nuestra pretensión. Las diferencias son cuestión de grados como todo y en unos el empeño aparecerá más tosco y en otros más velado según formas de ser. Pero por encima de todo necesitamos llevar razón y hasta podemos buscarlo sin intención explícita de mentir. La verdad puede quedarse lejos de la racionalidad humana y está influida por el medio en que nos desenvolvemos.
Parece pesimista este pensamiento pero a la vista está en la época en que vivimos la relatividad con que obran los personajes públicos. Se hace más necesario que nunca avenirse por las buenas a compartir posturas en buena armonía, que antes se arbitraban por la fuerza. Más pesimista es imponer la razón por la fuerza del vencido como han procedido los poderes terrenos y aun no pocas veces los celestiales. No hay verdad más importante que el acuerdo de la que surja la paz y la concordancia. Por esto hoy se estiman sobremanera los llamados dialogantes y se rechaza por mayoría en nuestra cultura al que provoca disturbios con el fin de conseguir acomodo. Este ha sido el error de la guerra de Irak, por ser la última que le ha supuesto a EE UU un desgaste fuerte, entre no pocas mentalidades de occidente.
El pensamiento es ordenador y creativo, pero si pisa las rayas sagradas de los sentimientos y sobre todo de las creencias, puede degenerar en catástrofe. A la hora de votar debe buscarse a los ecuánimes y apartar a los apasionados, a los temperamentales y a los profetas que ven sin dudar el camino entre fiebres y emociones. Esta ha sido la paz de espíritu que ha premiado la elección última de Presidente en el país más poderoso del momento. El mundo se merece haber acertado.
Siempre es posible acordar los ánimos, aunque el camino a veces se ponga dificultoso, y la fuerza debe utilizarse para parar al violento y nunca para aprovechar el estado bélico en ganancia del río revuelto. Da cierta seguridad el deseo de paz observable de muchas mayorías en distintos países, pero no es aconsejable bajar la guardia porque la tentación de prepotencia nace con los armamentos. De todas formas no conviene echarlo todo a la conciencia del pueblo; no se consigue gran cosa sólo con votación que es casi su única influencia. Hemos tenido experiencia reciente de ejércitos abusando de la ciencia mortífera que siembran la muerte entre personas inocentes. La vida de un solo niño de los miles sacrificados a la intolerancia vale más que todas las almas de los triunfadores. Hay en los poderosos de hoy una trastienda bien profunda de conciencia culpable que se arrastra ya siempre y mancha toda la vida de pesimismo. No podemos decir que es un paraíso esto que todavía huele a química destructiva. Nos tendremos que dar prisa a aprender a escuchar, a olvidarnos de nuestro punto de vista para oír el del otro y para considerar dónde pueden encontrarse las voluntades en el acuerdo. Lo siento, pero no tiene ningún valor todo lo que distorsione. Ay, el poder. O el miedo.

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