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Jerez

Envueltos en la magia del Coto

La estampa fue la de siempre: una barcaza llena de ilusiones cruzando un río que venía con la magia donde llora Sevilla

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  • El embarque en Bajo de Guía -

Se despertó Jerez envuelta en la resaca de una feria donde todavía las bombillas están tibias del calor de alumbrado. Pasear por la calle a las siete y media de la mañana y ver a gente de corto y mujeres con batas de camino alunarado, te hacían saber que los rocieros habían pasado su particular noche de desvelo y de ilusión pensando en la misa de Santo Domingo.
Antes de la misa ya olía a cafés con leche por Cristina y pan tostado servidos por Luís.  Los carros como siempre le pidieron prestado el sitio a los taxis para esperar la salida. Los remolques, ya tenían los motores encendidos enfriando las neveras, y después de mucho tiempo, ya se veían sombreros de cinta morada que anunciaban que todo era una realidad. Era miércoles de Camino.
Como siempre en el convento de padres dominicos no se cabía. Es una cita grande para el que va, para el que se queda y para el que tan solo -sin creer en ella-, y me refiero a la Romería, quería hacerse partícipe en la Comunión de la Eucaristía con lo rocieros que marcharon desde Cristina.
Refrescaba la mañana como anunciaban los partes y la salida fue fría. El calor lo pusieron los niños de La Salle, que entonaron la salve para despedir a la comitiva con una suelta de palomas. Más adelante esperaba la hermandad de La Soledad y la gruta de Lourdes. Pero el momento más puro fue en San Juan Grande, muchos abuelos con lágrimas en los ojos despidieron a los romeros. Un ramo de flores, una oración y las palabras de una anciana abrochadas por un sobrecogedor aplauso fueron el hasta luego de una hermandad que por el camino sufrió el fresco de la campiña y alguna que otra llovizna. Este año toca Rocío de fresco y de poco personal. Muy poca gente en la salida por las calles de Jerez.
Y tras el peregrinar por el asfalto de la antigua carretera de Sanlucar, pasadas las seis de la tarde -con algo más de media hora de retraso, a causa de las adversas condiciones de un río demasiado revuelto y bajo la amenaza de lluvia- embarcó la Hermandad.
Un año más el Simpecado de plata escoltado por las catorce carretas, se soltó de la mano de Jerez, que se quedó en la orilla de las despedidas. Esa orilla donde se quedan definitivamente los que no pueden ir. Como siempre, por salud, por trabajo o tal vez por falta de fe. Un margen del río, el de la fábrica de hielo, donde se entregaron las medallas de esos que no marchan. Los mismos que añoran -como nosotros que escribimos ahora esta crónica al caer la noche del primer día de Camino-, ese tumulto de gente arropando a su Simpecado que sin tantas fuerzas de orden público, hacían del embarque un momento especial que ya se ha quedado en algo insípido y controlado alejado de la magia de décadas anteriores. Un momento que por no tener, no tiene la cobertura informativa de tantos años, donde la gente tomaba el café en su casa escuchando a los compañeros por la radio. Desde el puente lateral cientos de personas observaron como la filial jerezana, buscó el paraíso de los pinos y las arenas.
Pese a todo, la estampa fue la de siempre, la de una barcaza llena de ilusiones cruzando un río que venía con la magia donde llora Sevilla, y que se plantó en Malandar con el bautizo de las primeras sevillanas antes de meterse en el interior de Doñana que este año nos regalará un camino de fresco, sin mosquitos y con algo de agua.
Poco a poco la comitiva fue avanzando tras la carreta de plata. Los carros, los vehículos de tracción mecánica, los peregrinos, los caballistas y algún que otro acompañante rezagado que por culpa de ese amigo que lo invitó a ir a la otra orilla, todavía sin tener ropa ni haber pagado un céntimo de la reunión, se dejó llevar por los encantos de la romería y ahora disfruta de un caldito calentito entonando sevillanas junto al Simpecado. Mañana se volverá, pero los lagrimones por no seguir serán irremediables.
Ahora toca cerrar el iPad y adentrarnos en la magia en la que nos envuelve la noche después de una de las jornadas más duras del camino. Unos duermen, y otros siguen de fiesta. Mañana les contaré algo más. Hoy pasó y sentí esto que les he escrito. Mañana, que sea lo que la Virgen quiera, que aquí estaré para contarlo

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