La Semana Santa, independientemente de su dimensión religiosa y cultural, tiene una dimensión económica que en estos tiempos se antoja fundamental para paliar males mayores, como bien dice el pregonero de este año, el sacerdote Alfonso Gutiérrez Estudillo.
Pero al que madruga, Dios le ayuda, y esa frase, hablando de religión y religiosidad, viene que ni pintada para la ocasión. Tanto para animar a arrimar el hombro a las administraciones y a los empresarios, como para denunciar la ociosidad de algunos y la falta de previsión de otros.
Es una obviedad que la gente en las calles suponen consumo y que el consumo mueve la economía, como se está viendo desde el punto de vista contrario en esta crisis en la que la caída de las ventas obliga a un acto de fe en las recetas que se están aplicando desde el Gobierno. Desde el Gobierno alemán, obviamente.
Pero partiendo de que las cofradías, las procesiones, la parte tangible que envuelve la conmemoración religiosa va a sacar gente a la calle, las calles se llenarán más en función de que todos los sectores productivos hagan sus deberes año tras año, que es como se consigue crear destinos turísticos, antes que actuando con precipitación o a salto de mata en función de que el responsable político o el empresario de turno sea más o menos capaz de vender su producto.
Las ciudades costeras han preparado sus playas y lo hacen siempre, vaya a hacer buen tiempo o incertidumbre. Los empresarios hacen sus previsiones y sus promociones, lógicamente con espacio suficiente para una retirada necesaria. Los hoteles preparan paquetes especiales en cada edición...
Es verdad que madrugar no siempre supone ganancia, pero es más cierto que quedarse en la cama siempre supone pérdidas.