La obesidad se ha convertido en una amenaza para la salud cardiovascular en el mundo. Las personas obesas muestran una peor calidad de vida y menor supervivencia. En 2022, 2.500 millones de adultos tenían sobrepeso u obesidad (43 por ciento), de los cuales más de 890 millones eran obesos, lo cual supone un incremento importante respecto al año 1990, cuando solo el 25 por ciento de los adultos tenían sobrepeso u obesidad.
Estudios epidemiológicos relevantes han demostrado que la obesidad constituye un factor de riesgo mayor de padecer enfermedades cardiovasculares -enfermedad coronaria, insuficiencia cardiaca y arritmias-, aparte de otras patologías, como hipertensión arterial, diabetes tipo 2, enfermedad articular degenerativa, apnea obstructiva del sueño, dislipemia, reflujo gastroesofágico o hígado graso.
El manejo de la obesidad no resulta fácil para las numerosas personas afectadas. Mejorar la salud cardiovascular, la autoestima y la estética corporal, eliminar el riesgo de otras enfermedades y sus complicaciones constituyen argumentos sólidos para tratar de reducir el peso corporal y preservarlo dentro de los límites de la normalidad. Sin embargo, mantener el peso constituye un desafío personal nada desdeñable, especialmente para aquellos que sufrieron obesidad con anterioridad, puesto que sus células grasas parecen tener una memoria que les induce a recuperar el peso corporal perdido. Superar esta “poderosa llamada de la naturaleza humana” no resulta fácil.
Células grasas del cuerpo
Los depósitos de grasa corporal -tejido adiposo- están constituido por millones y millones de adipocitos, células redondeadas que le da nombre a este tejido imprescindible para la vida. Estas células especiales son eficaces almacenadoras de energía -95 por ciento de su contenido son triglicéridos, en forma de gotas grasas-, además de excelentes aislantes térmicos y amortiguadores de los impactos físicos del exterior. No son las únicas células que se encuentran en estos importantes acúmulos grasos, ya que contienen también otras que aseguran determinadas funciones esenciales para el organismo, como los macrófagos, neutrófilos, linfocitos, células madre y endoteliales.
El tejido adiposo blanco -grasa blanca- almacena grandes reservas energéticas, además de segregar ciertos elementos bioactivos como la leptina -reguladora del apetito-, la adiponectina -antiinflamatoria y favorecedora de la sensibilidad a la insulina del páncreas-, así como otras moléculas beneficiosas. Se trata de un tejido graso muy interesante y necesario por contener receptores reguladores de la liberación de insulina, hormona del crecimiento, noradrenalina y corticoides. Esta grasa blanca está ampliamente distribuida por el cuerpo, especialmente debajo de la piel -grasa subcutánea- y el abdomen -grasa visceral-. En los adultos con buen estado físico, este tipo de grasas representa el 20 por ciento del peso corporal en los hombres y 25 por ciento en las mujeres.
El tejido adiposo marrón -grasa parda- existe en la mayoría de los mamíferos. Su principal acción metabólica consiste en producir calor -termogénesis- mediante la oxidación de la grasa, además de regular el consumo energético sobrante. En los mamíferos que hibernan, la grasa parda es la responsable de producir energía durante el periodo invernal para mantener el cuerpo caliente, haciendo posible la regulación de la temperatura corporal durante la fase del despertar de la hibernación. El descenso de la temperatura corporal, con frecuente sensación de frío, suele ser consecuencia de la disfunción del tejido graso pardo en las personas de edad avanzada. Este tipo de grasa está presente en todas las personas, mayormente durante la infancia, distribuyéndose alrededor de los riñones, el cuello, las axilas y en la espalda entre las escápulas.
El equilibrio adecuado de estos dos tipos de tejido adiposo (grasas blanca y parda) es primordial para el mantenimiento de la homeostasis energética, proceso biológico que implica la regulación metabólica coordinada entre la ingesta de alimentos -entrada de energía- y el gasto energético corporal -pérdida de energía-. La inflamación patológica del tejido adiposo blanco y su excesivo acúmulo -obesidad- es resultado de su desequilibrio, favorecedor de las enfermedades cardiovasculares y diabetes tipo 2.
El cuerpo no olvida la obesidad
Desde hace tiempo, conocemos cómo el cuerpo humano tiende a volver a la obesidad después de haber perdido peso con grandes esfuerzos -intervenciones dietéticas y de estilo de vida, tratamientos farmacológicos o la cirugía bariátrica-. En general, estas recaídas se suelen achacar erróneamente a las personas afectadas por falta de voluntad o debilidad de carácter.
Con objeto de entender las frecuentes recaídas de la obesidad, un grupo de científicos de Zúrich (Suiza) ha llevado a cabo un interesante proyecto de investigación, cuyos resultados han sido publicados, hace unos días, en la prestigiosa revista Nature.
https://doi.org/10.1038/s41586-024-08165-7
Estos investigadores analizaron los adipocitos de un grupo de personas voluntarias con obesidad grave y otras que nunca habían tenido sobrepeso. Descubrieron que algunos genes se mostraban muy activos en las células grasas de las personas que habían padecido obesidad, aunque aún no se han podido determinar las moléculas responsables de los cambios genéticos que activan esta sorprendente memoria oculta en los adipocitos.
La memoria de la obesidad -memoria obesogénica- surge al producirse ciertos cambios en el epigenoma, un conjunto de compuestos químicos que se agregan o eliminan del ADN y las proteínas celulares que aumentan o disminuyen la actividad de los genes, ordenándoles “qué hacer, dónde hacerlo y cuándo hacerlo”. Realmente, se trata de unos mecanismos moleculares asombrosos que subyacen en este fenómeno de los genes humanos, en gran medida desconocido.
El cambio en la actividad de los genes por mensajes del epigenoma parece que afecta la función normal de los adipocitos por un periodo de tiempo aún desconocido. Analizando los diversos tratamientos empleados para tratar la obesidad, incluida la cirugía bariátrica, dos años después de conseguir su peso normal, sus células grasas seguían recibiendo “mensajes anómalos induciéndoles a engordar”. Este grupo de científicos estudiaron también los adipocitos de animales de experimentación (ratones) que habían adelgazado después de tener obesidad y comprobaron que sus células grasas absorbían con avidez una mayor cantidad de azúcar y lípidos (grasas) que en los animales del grupo control que nunca habían tenido sobrepeso.
No está claro por cuánto tiempo el organismo humano continúa bajo la influencia de esta memoria obesogénica. Según Ferdinand von Meyenn, coautor del estudio, del Laboratory of Nutrition and Metabolic Epigenetics, Department of Health Sciences and Technology (Federal Institute of Technology of Zurich), ETH Zurich: “Debe existir una ventana de tiempo para que esta memoria obesogénica desaparezca, pero aún no lo sabemos”.
Las personas que pierden peso, manteniéndose en buena forma, requieren de un esfuerzo personal considerable para conseguir su objetivo de manera definitiva. Estos recientes hallazgos científicos epigenéticos podrían ayudar a eliminar este estigma oculto que envuelve a la nociva obesidad. Se precisan más estudios para dilucidar si los tratamientos farmacológicos actuales (semaglutida, tirzepatida) podrían borrar o atenuar esta memoria de los adipocitos. Los avances recientes en la edición epigenética -ingeniería del epigenoma- y la remodelación del epigenoma humano están proporcionando nuevos enfoques terapéuticos de la obesidad.
Estos estudios científicos pioneros, centrado en la obesidad, podrían estar abriendo una nueva ventana al conocimiento de la memoria epigenética que afecten a otras enfermedades adictivas. Queda claro que las personas que sufren de obesidad recurrente, no deben sentirse responsables absolutas de sus recaídas, cuando sus propios genes les pueden estar induciendo a recuperar la obesidad perdida.
“Cuida tu cuerpo, es el único lugar que tienes para vivir”
Jim Rohn (1930-2009) – Empresario estadounidense
José Manuel Revuelta Soba
Catedrático de Cirugía. Profesor Emérito de la Universidad de Cantabria