Nuevo golpe de autoridad de El Juli en Sevilla pero esta vez con uno de sus rivales más directos, José María Manzanares, pisándole los talones. Ha sido una confrontación a brazo partido, con la respectiva artillería más pesada.
Cada uno a lo suyo, como no podía ser de otra manera, pero con planteamientos muy parecidos: ambición, coraje, entrega, poderío, mando, eficacia, sentimiento, improvisación... Una perfecta amalgama de los ingredientes indispensables para conseguir el mejor toreo.
Todo esto en una corrida que ha tenido sus más y sus menos. Mansa sin paliativos en el caballo. Hubo toros, no obstante, que “se dejaron” en distinto grado, aunque el tercer espada, el joven Luque, con el segundo mejor ejemplar en importancia de la tarde, el sexto, jugó el papel de mudo testigo.
Ovación al romper filas, se supone que para El Juli, que venía de la Puerta del Príncipe del viernes, pero sin olvidar otra importante llamada de atención de Manzanares, hace dos días, cuando se dejó por la espada un triunfo prácticamente de igual calibre.
El madrileño reaccionó con listeza invitando a salir de entre barreras a Manzanares y hasta a Luque, que allí no pintaba nada. Pues creen los toreros que dan mal bajío las ovaciones antes de empezar. Y se estrelló El Juli en parte con un imposible primer toro, que aún moviéndose llevaba la cara natural, a media altura, sin humillar, sin decir nada. Fue faena muy elaborada, pero monótona.
En el cuarto cambiaron las tornas. Y eso que el toro no parecía de fiar, embistiendo al capote con las manos, y doliéndose y yéndose suelto de los dos encuentros con el caballo. Manso total. Pero el brindis de El Juli en el platillo era compromiso de buscar un triunfo imposible.
Todavía el torrealta salió de najas en el primer muletazo por alto. Ya al segundo, cuando nadie esperaba nada, estaba el torero Julián López El Juli en los medios por la derecha pegando pases seguidos, con un ritmo, una cadencia y un no sé qué de misterioso y delicioso toreo, que sorprendió a todos.
Nueva tanda a derechas en igual son. Y ya al natural, media muleta a rastras. La faena irresistiblemente a más. Aquello fue la locura no sólo por la actitud del torero sino por la increíble respuesta del toro.
Sólo El Juli había adivinado tan buen fondo, y ya estaba el morito yendo y viniendo en un largo trayecto, cogiéndolo allí y llevándolo allá, y por abajo, y seguido, y limpio... La plaza boca abajo, que es la metáfora del aplauso de todo el mundo en pie.
Todavía dos tandas más sobre la derecha y una de naturales. Funcionó finalmente el cañón, es decir, la estocada letal con la que hay que rubricar este tipo de faenas.
El presidente Teja, que en la tarde de aquella Puerta del Príncipe había negado al Juli una segunda oreja del primer toro, y que en el siguiente sacó los dos pañuelos a la vez, esta vez hizo igual: dos orejas sin esperar la petición. Estaba clarísimo.
Manzanares sumó idénticos trofeos, pero fueron uno y uno. La primera parte de su primera faena estuvo escasa de celo. De hecho no respondió el toro hasta que él pisó el sitio clave. Y aún así toreó el alicantino algo abierto, sin muchas estrecheces. Pero toreó bonito, y como mató bien, pues oreja que te crió.
Ya en el quinto sorprendió un valiente José María Manzanares, pues tenía el toro la guasa del mundo, huyendo despavorido del caballo, esperando en banderillas y acostándose por ambos pitones.
Al segundo muletazo se paraba, y miraba. Menudo le aguantó Manzanares para tirar de él, atacándole desde el primer momento. Fue faena de arrestos, naturalmente con premio de oreja.
Por su parte, Daniel Luque no contó en la tarde. Nada en su reservón primero, y gris, muy vulgar, espeso de ideas, frente al buen quinto. Su toreo mecánico, sin alma, fue un fracaso, todavía más en comparación con lo que se había visto de parte de los compañeros de cartel.