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Desde la Bahía

Secretos de confesión

He vivido con el pícaro y he gozado y sufrido con su malicia, ironía, alegría y humor, utilizadas para conseguir el beneficio que tenía pensado

Publicado: 22/01/2023 ·
18:59
· Actualizado: 22/01/2023 · 18:59
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Autor

José Chamorro López

José Chamorro López es un médico especialista en Medicina Interna radicado en San Fernando

Desde la Bahía

El blog Desde la Bahía trata todo tipo de temas de actualidad desde una óptica humanista

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He crecido como las ramas de los árboles, unas veces con el canto de los pájaros, otras con el murmullo que el viento le saca a las horas. De modo continuado con la oscuridad plateada de la noche o la áurea luz del día. He expuesto, a la retina de los que saben ver, mis mejores frutos y he tenido que dejar en el suelo, la belleza de las “flores del esfuerzo” para conseguirlos. Ha habido las heladas de las ausencias que han paralizado espacios de mayor o menor longitud, en mi “meristemo” de superación constante y he soportado la fuerza electrizante del rayo y la abatidora del huracán, con el brio suficiente para no sufrir ideas quebradizas en mis ramas más arraigadas.
He vivido con el pícaro y he gozado y sufrido con su malicia, ironía, alegría y humor, utilizadas para conseguir el beneficio que tenía pensado. Siempre listo, espabilado, cualidades todas que le llevaron a ser protagonista en la literatura del siglo XVI en mi querida España.
Me he cruzado con timadores hábiles e instintivos que aprovechan la vulnerabilidad, no exenta de las raíces de la avaricia del timado, al que le hurtan con engaños y promesas, de fino corte rentabilizador. He tenido que soportar al ladrón en singular o en el plural de su cueva o reducto, siempre rodeado de cómplices que también vivían de la apropiación ajena.
 La falsedad, los cuentos y las fábulas han sido lluvías tan intensas que no solo han conseguido desenraizar a una gran parte del bosque humano, sino que han desbordado sus peores características, inundando inocentes hogares donde fluía mansamente la ternura y el amor.
La cizaña ha seguido conviviendo con el trigo, pero superándolo en mayoría. El silencio solo lo valoran los árboles sin ramas ni hojas y los pájaros sin nido, ni crías que alimentar, que viven de las migajas que rodean el suelo de las mesas, de los que tienen poder y moneda para satisfacer sus censurables gulas.
Ahora soy viejo, porque supe ser joven. No estoy de vuelta de nada, porque el pasado como el cristal, se rompe en las manos del presente y el futuro no une piezas, descubre otras. Pero hay “filisteos de la cultura o la intelectualidad” que se escudan en el escepticismo para intentar mostrar una superioridad, aunque solo alcanzan la mediocridad y a lo justo. Estoy cansado de observar a todos aquellos que dan la espalda a lo que acontece, mientras fijan su mirada en la cerveza posada en la barra del bar y luego critican “ex cátedra”.
Pero de todos ellos el mas y ruín es aquel amigo o conocido que te engaña y te estafa con verdadera premeditación, porque se ha forjado la idea de que uno es ignorante, una presa fácil para su tela de araña de la burla, un “tonto útil” al que contarle historias y promesas que de antemano saben que no van a cumplir y que recuerdan la demagogia y argucia de los mítines políticos en días de campaña electoral.
Pero la ancianidad sabe donde está la diana de sus valores y hacia ella, esposa, hijo, padres, hermanos..., en fin la familia, dirige la saeta de sus mejores sentimientos y detalles.  
Y hay también en el exterior y he aprendido muy bien a valorarlo, brisa y rocío que mantienen fresca y limpia la flora de la verdadera amistad. Tengo amigos y acabo de recibir de uno de ellos la invitación para que acuda al Museo Naval de mi “salada ínsula” donde el próximo día veintiséis nos deleitará con su excelso verbo y su didáctica.
El profesor Revuelta Soba, que así me honra con su amistad, ya demostrada en múltiples ocasiones, es uno de los contados tesoros actuales que La Isla posee. Eminente y difícilmente igualable su “carrera y su currículum”. El corazón se siente acariciado cuando sus manos lo tocan en la mesa de quirófano y yo me doblego ante su ciencia, me siento enaltecido con su aprecio y seducido ante la sencillez y maestría de este Catedrático de Cirugía.
Amigos como este -y otros más, que tengo la suerte de tener- abonan la raíz del árbol de mi vida, ahora que sus ramas viven alejadas del bosque oficial de la profesión y saben muy bien los nidos que hay que mantener y los cantos -excelsos como los de Pepe Revuelta- que merecen ser escuchados.
 

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