Partiendo de Zahara en dirección a Grazalema por la CA-5312, el recorrido se inicia en las cercanías del Puerto de los Acebuches, a unos 4 kilómetros de la primera población. El lugar está bien señalizado a la derecha de la carretera, habiéndose habilitado un aparcamiento y una fuente junto al comienzo del itinerario. Tras pasar junto a un pilón tomaremos la vereda que, en sus primeros tramos, transcurre por un terreno ondulado sobre el que crece un matorral en el que abundan retamas, lentiscos, sabinas, aulagas, matagallos, torviscos, jaras…
A nuestras espaldas quedan las cumbres de la sierra del Pinar, el Montón y Monte Prieto, frente a nosotros la mole del Cerro de La Cambronera. Al poco, un poste nos indica un pequeño desvío a la izquierda hasta un mirador desde el que obtendremos magníficas vistas del valle encajado del arroyo Bocaleones, del tramo inicial de la Garganta Verde y de los cerros de La Camilla y de La Cornicabra, frente a nosotros. A la izquierda de la senda dejaremos un llamativo lentisco, de porte arborescente, que llama la atención por el grosor de su tronco y la forma de su copa.
Acebuches, algarrobos, madroños, sabinas (reconocibles por sus pequeñas bayas esféricas, de color marrón oscuro en su madurez), algunos enebros y cornicabras (con sus singulares agallas en forma de cuerno de cabra), nos acompañarán también es este tramo del camino, de cómodo recorrido, hasta llegar a unas ruinas de muros de piedra seca, bases de antiguos chozos de pastores que marcan el inicio del descenso. Junto a ellos, un cartel nos pide silencio y nos avisa de que entramos en un área de nidificación de aves. No en balde, los cantiles de La Cambronera albergan la segunda mayor colonia de buitre leonado de la provincia, tras la del cercano Peñón de Zaframagón.
pequeño descenso en el itinerario
Desde aquí, el sendero inicia una suave bajada hasta llegar a una pared rocosa, en la que llama la atención una gran cornisa que sobrevuela nuestras cabezas, posiblemente restos de las bóvedas desplomadas de una antigua cavidad. Apenas habremos invertido media hora en recorrer el kilómetro y medio que separa el inicio del itinerario de este lugar, habiendo tenido la oportunidad de asomarnos en los pequeños miradores protegidos por barandillas que se han habilitado en distintos puntos de la senda. Atrás habremos dejado cantiles de paredones verticales donde la roca adopta curiosas formas causadas por la erosión en los estratos calizas del cañón.
Frente a nosotros, al otro lado de la garganta, vemos el cerrado cauce del Arroyo de los Volcanes, enigmático nombre que, por un error de transcripción que se arrastra en los mapas topográficos, ha perdido ya el original: Arroyo de los Volcones. Este hidrónimo alude a la violencia con la que el agua discurre por su cauce, arrastrando piedras, y precipitándose en la Garganta Verde con un salto de agua a cuyos pies llama la atención una gran oquedad en la roca: los restos de una antigua cavidad que quedó al descubierto por la acción erosiva de las aguas torrenciales. El Arroyo de los Volcanes que recoge las aguas de las inmediaciones del Puerto del Horno de la Miera y del Llano de La Camilla, tiene como telón de fondo el imponente Cerro de La Cornicabra, de perfiles piramidales, que con 1289 metros es el punto más alto de la Sierra de Zafalgar.
El sendero sigue su descenso y llega a un pequeño rellano donde se han instalado unas barandillas de protección a modo de mirador. En las paredes que se alzan sobre nuestras cabezas los amantes de la geología pueden admirar curiosas oquedades labradas por la disolución de las calizas, que llegan a horadar las rocas. En estas laderas más expuestas al sol, encontraremos a los lados del sendero, junto a las especies ya citadas otras de carácter más termófilo como el palmito, la zarzaparrilla (que se enreda con la madreselva entre los arbustos), olorosos tomillos o el espino negro (Rhamnus lycioides, subsp. oleoides), conocido también como escambrón o cambronera, arbusto del que se afirma que toma el nombre el cercano monte de La Cambronera por cuyas laderas desciende, zigzagueante, nuestra senda.
la garganta, en primavera
Otras muchas especies pueden ser vistas en estas paredes, dependiendo de la estación en la que visitemos el lugar. A excepción de los inviernos lluviosos en los que no sería posible caminar por el lecho del arroyo, cualquier momento puede ser oportuno, especialmente la primavera. Así, podremos disfrutar de la presencia de especies de leguminosas como la alacranera (Coronilla scorpioides), la hierba de plata (Argyrolobium zanoii) u Ononix saxicola, endemismo de las sierras del sur; o de crucíferas como Alysum minus, Lobularia marítima o Crambe filiformis… La ruda, de hojas verdes amarillentas, junto al tomillo, impregna de olores el ambiente. El apio caballar, llamativa umbelífera de penetrante olor, crece igualmente junto al camino, en cuyos bordes despunta en primavera de manera inconfundible.
Cuando llevamos aproximadamente una hora de recorrido, el sendero parece escalonarse y nuevamente acuden en ayuda del caminante otras barandillas metálicas en las proximidades de una gran mole rocosa que se interpone en nuestro paso, en la que se tallaron hace casi un siglo unos grandes escalones sobre los que corre una curiosa leyenda. Acerca de ello cuentan los hermanos De Las Cuevas, en su monografía de Zahara, no sin cierta ironía, que “…sobre ella se ha hecho una escalera desdibujada, con escalones de metro… comentan que fue hecha a punta de cuchillo por un carbonero, que subía a una recua detenida allí, las seras de carbón de 60 kilos. Si es verdad, el carbonero debía ser un atlante”.
Ya el gran geólogo Juan Gavala y Laborde habla de cómo la Cueva de la Iglesia de la Garganta, como la denomina en su mapa de 1917, es visitada por cuantos viajeros curiosos acuden a estas sierras, por lo que, a buen seguro, los guías locales de la época llevarían a cabo las primeras adecuaciones para facilitar el acceso de aquellos pioneros excursionistas.
A medida que descendemos, las paredes del cañón van ganado en verticalidad y el paraje se nos muestra más sorprendente. Entre las rocas crecen especies típicamente rupícolas y fisurícolas: arenarias, silenes, senecios.
El ombligo de Venus es omnipresente, como las doradillas. Los gamones crecen en los pequeños rellanos de suelo que se forman entre las rocas, donde es fácil ver también gladiolos silvestres, así como otras muchas especies de los géneros Saxifraga, Parietaria, Dorycnium, Linaria, Trachelium…
Todo un disfrute para los amigos de botánica que encontrarán aquí una gran variedad de plantas tapizando las paredes del cañón. Ante tal profusión vegetal no resulta difícil entender por qué se conoce a este lugar como la Garganta Verde. El sendero que hemos seguido está a punto de encontrarse con el cauce del arroyo donde ya vemos de cerca las copas de las adelfas, de las higueras que se agarran en las paredes, de los lentiscos y los durillos... En su último tramo, poco antes de llegar al lecho de la Garganta, la vereda se escalona nuevamente y desciende frente a una gran oquedad que se abre en la roca, y sobre la que chorrean las aguas, en época de lluvias, del cauce colgado del arroyo de los Volcones. ¡Ya estamos en el cauce del Bocaleones!