Me gustaría dirigirme al pequeño y mediano empresario de este país que cree en el libre mercado y la ley de la oferta y la demanda para todo. No puede haber un ecosistema a tu gusto, con un estado que solo sea intervencionista para que lo que te convenga. Quieres tener la capacidad de poder decirle a un trabajador que, si no acepta tus condiciones, ahí está la puerta y, detrás, doscientos buscando curro. Quieres libre mercado. Pero acuérdate de que, ahí fuera, en la calle a la que mandas a la gente que no traga con miserias, siempre habrá un pez más grande que tú y, cuando venga a por ti, querrás que el estado te proteja. Dirás que te lo mereces porque creas empleo, pero la petrolera que te ha subido el combustible hasta límites insostenibles también crea empleo, y también basa su poder en la ley de la oferta y la demanda, el libre mercado: si no quieres mi combustible, te compras un borrico. Lo que pasa es que tú necesitas el combustible como el trabajador necesita la nómina, ¿verdad? Eso es lo que pasa.
Te aprovechas de la necesidad para pagar una mierda a la gente que se desloma en tu campo y aplaudes debajo de la mesa, que no se enteren tus amigos, la nueva Ley de Cadena Alimentaria que te va a proteger de la inmensa fuerza negociadora de las multinacionales de la alimentación. Permíteme que te pregunte una cosa: ¿quieres libre mercado o no quieres libre mercado? Piénsatelo bien, porque los proteccionistas que desprecias llamándolos «rojos, hambre y piojos», vienen a gobernar con el paquete completo: empleo digno y seguro para tus temporeros y temporeras, trato digno para los animales, control de los pesticidas y en general de lo que usas y vendes, porque estos rojos creen en la sociedad como un ecosistema virtuoso, no como un cuadrilátero en el que el más fuerte se lleva la bolsa y el otro se queda reventado y sangrando en el suelo. Así que piensa: ¿qué va a ser? Tienes un plan de jubilación privado y te jode que las pensiones suban según el IPC porque para eso ya te estás pagando la tuya. ¿No te gusta? Pues vota a otro. Y cuando el otro no solo no intente frenar a las eléctricas que te están fundiendo el balance del negocio, sino que le ponga todas las facilidades, consuélate en la idea de que por lo menos no te manda inspecciones de trabajo.
El tiempo que vayas a durar en el negocio hasta que te devore una multinacional extranjera, claro. Porque el otro, ese que cree en el libre mercado, quiere ese margen para él, no para ti, para venderte, que no te enteras. ¿Qué clase de patriota no protege el tejido empresarial de su país? Lo que pasa, lo que te pasa, es que quien protege tu pequeña empresa, también protege a tus trabajadores y trabajadoras, las que necesitan tiempo antes y después del parto, el que se pone malo, la que te dice que aquí hay que cobrar según convenio. Y, de paso, quien protege a tu empresa también respeta las otras lenguas cooficiales del país, aprueba la eutanasia, quiere legalizar el cannabis y que los crímenes del franquismo no queden impunes. ¿No te gusta? Ya sabes a quién votar. Cuando tu empresa quiebre, devorada por un tiburón más grande que tú, te sientas a la mesa con tu familia y les explicas que es por culpa de los rojos, hambre y piojos, las feministas, los animalistas y los espías venezolanos, que te han obligado a votar a alguien que no te protegerá nunca. Y ve pillando cita para el médico cuando te entre la angustia por no poder seguir pagando el plan de pensiones, pero píllala ya, que con el libre mercado, que se quiere cargar la sanidad pública, esas cosas tardan.
