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Miércoles 17/04/2024  

Lo que queda del día

Cuánta levedad

Lo inquietante no es si a cada alcalde candidato a la reelección le va a valer con cumplir con tanta obra, sino si estamos preparados para lo que se avecina

Publicado: 24/09/2022 ·
21:44
· Actualizado: 24/09/2022 · 21:44
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Autor

Abraham Ceballos

Abraham Ceballos es director de Viva Jerez y coordinador de 7 Televisión Jerez. Periodista y crítico de cine

Lo que queda del día

Un repaso a 'los restos del día', todo aquello que nos pasa, nos seduce o nos afecta, de la política al fútbol, del cine a la música

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La primera vez que vi a Juliette Binoche en pantalla yo tenía 17 años, y me enamoré al instante; entre otras cosas porque es la edad en la que uno se enamora al instante de una actriz, de una profesora o de la hermana de un amigo. Fue en La insoportable levedad del ser. Aquella chica francesa, menudita, de ojos oscuros, piel pálida y pelo corto, poseía un encanto natural en la mirada, en los gestos, y lo ha seguido manteniendo con el paso de los años y de las películas, sin que decaiga la fascinación por cuanto hace y cómo lo hace, ni su capacidad por hacer creíble el destino y el compromiso de todas las mujeres a las que ha dado vida  -como pulsando el pasado de cada personaje-, en algunos casos de forma memorable.      

Acaba de ser homenajeada en el Festival de San Sebastián, donde ha presentado Fuego, una película en la que reaviva la pasión con un amor de juventud porque, dice, “es imposible conservar el corazón en un congelador”. Y no solo apuntas el título para cuando haya ocasión, sino que atiendes a cada detalle de lo que dice esta gran actriz, de lo que ha aprendido de la vida, del trabajo y de las personas, y celebras que haya perdido el miedo al reproche y que hable, sienta y crea tantas cosas con las que animar un debate mucho más interesante que el que se produce cada semana en el Congreso de los Diputados, estés o no de acuerdo con ella, porque por encima de todo está la reivindicación del propio espíritu. 

En una entrevista publicada en El País semanal, y preguntada por las declaraciones de Emmanuel Macron sobre “el final de la abundancia”, responde que “la revolución tendrá lugar en el interior de cada persona, a escala individual, en la vida cotidiana, y luego socialmente. Los políticos no harán nada, porque lo que quieren es retener el poder y frenar el cambio”. No sé a qué clase de nuevo mayo del 68 cree que nos encaminamos, ni si su velado optimismo es suficiente frente a la incertidumbre que nos acecha, pero su diagnóstico de fondo remite a algo tan comunmente aceptado como el cansancio y la decepción frente a la alta clase dirigente, y vale para París, Londres o Madrid.

Sin duda, algo tiene ese sillón para que, ya esté en frente de los Campos Elíseos o de la coqueta plaza de una ELA acondicionada con fondos PFEA, ocasione tantos apasionamientos como desvelos entre quienes aspiran a ocuparlo, sin preocuparles el cansancio ni la decepción que puedan causarnos, ya que, en el fondo, se ajustan a las reglas del juego que hemos convenido en otorgarnos, y siguen respondiendo al hecho de que nunca puede haber tanta gente equivocada -o alienada, según el devenir de los nuevos tiempos-.

Ahora alguien ha descubierto que los alcaldes de muchas ciudades están dedicando el último año de su mandato a invertir en numerosas obras en barriadas, en anunciar proyectos y apuntarse los éxitos de la llegada de turistas durante el verano. Si no fuera porque al pobre del capitán Renault me lo tienen pluriempleado en cientos de columnas desde que a alguien le dio por descubrir que Casablanca era mucho más que el “principio de una bonita amistad”, éste sería un buen momento para captar ingenuos: “Qué escándalo, aquí se juega”.

Porque lo inquietante en este momento no es si a cada alcalde candidato a la reelección le va a valer con cumplir con tanto anuncio y tanta obra, sino si estamos preparados para el aparente y enésimo giro de tuerca que se nos avecina en los próximos meses, cuando la crisis deje de ser una amenaza para convertirse en una consecuencia. Consecuencia, por supuesto, y como siempre, para los más desfavorecidos. El dato que ha aportado Cáritas esta semana, y del que se hacía eco María Sosá en El País, es demoledor: solo para ayudar a la misma cantidad de gente que el año pasado tendrán que emplear  un 10% más de recursos; y sin tener en cuenta el aumento de peticiones, y que más de la mitad de las familias que lo hacen están trabajando. Mientras tanto, PP y PSOE enfrascados en si bajarle o subirle los impuestos a los ricos es la solución. Oh Juliette, cuánta levedad.

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