Debemos mirarnos a nosotros mismos y cuestionarnos por qué seguimos permitiendo que los tentáculos del poder continúen extendiéndose hasta límites inabarcables
Resulta curioso analizar cómo el fútbol puede llegar a ser un reflejo tan exacto de la vida, como engañoso de la realidad. Hemos terminado por asumir que la sociedad está regida por una línea continuista, donde el éxito de unos depende de la caída de otros, y la tiranía siempre se impone, irremediablemente, a la humildad. Lo hemos asumido hasta tal punto que cuando vencedores y vencidos se intercambian los papeles, y las grandes gestas se alzan sobre victorias aplastantes, lo rechazamos con total desprecio. Porque nos atormenta la idea de que la vida pueda alterar su orden natural. Nos tiembla demasiado el pulso a la hora de castigar al poder. No me sorprende que el FC Barcelona se posicione como el único equipo que presenta números negativos en el límite salarial. -144 millones de euros supondría un balance mortífero para cualquiera, aunque no para una entidad que ha aprendido a sortear las sanciones con holgura cada temporada. Otros equipos, sin embargo, se ven obligados a hacer auténticos encajes de bolillos, porque bien es sabido por todos que la ley nunca actúa con la misma compasión. Descensos administrativos y pérdida de puntos parecen los castigos más suaves para unos, mientras otros continúan tirando de convenios de patrocinio y acuerdos económicos, que han terminado por aumentar una brecha que se abrió hace demasiado tiempo. Pero no se trata de canalizar la crítica sobre el club catalán. Debemos mirarnos a nosotros mismos y cuestionarnos por qué seguimos permitiendo que los tentáculos del poder continúen extendiéndose hasta límites inabarcables. Asegurar el presente y prometer el futuro parecía una idea demasiado suculenta para el Newcastle United inglés, al igual que desde el Chelsea FC se destilaba ilusión y esperanza cuando Abramovich llegó a la presidencia allá por el año 2003. Pero sólo se encienden las alarmas cuando todo queda bajo las llamas. Y, a todo esto, nosotros seguimos buscando culpables hasta debajo de las piedras. Aunque puede ser que algún día, entre tantas rocas, nos encontremos un lago. Con algo de suerte, miraremos en su interior para darnos cuenta de que el reflejo de la culpa que andábamos buscando con tanta ansia, no será otro que el de nosotros mismos.