"¡Estoy tan loco!", exclama Darín entre risas en una entrevista con Efe en Madrid poco antes de la presentación de la película realizada por Sebastián Borensztein, una fábula en la que interpreta a un ferretero que se ve abocado a ayudar a un chino recién llegado a Buenos Aires y que no habla una palabra de español.
Borensztein, director y amigo de Darín, le pasó su guión para contar con su opinión, sin apenas esperanzas de que el actor se embarcara en el proyecto.
El motivo por el que no tenía esperanza de que participara "es que el guión es un delirio", pero fue justamente eso lo que llevó a Darín a querer participar, porque considera que los actores tienen la obligación de asumir riesgos.
De ahí que, en su decisión para aceptar propuestas de cine o de teatro, lo que más pese es que haya "algo de particular, de novedoso, con diálogos ingeniosos, y que mueva a la reflexión".
"Cuando cierro la última página (de un guión), la primera percepción es la que gobierna", señala un cercano Darín, más preocupado por si su camisa de cuadros puede estropear la imagen de las televisiones a las que atiende, que por el aspecto que él pueda tener.
Sin embargo, sí reconoce que hay un caso particular en su carrera profesional, su colaboración con Juan José Campanella, con el que ha hecho "El mismo amor, la misma lluvia" (1999), "El hijo de la novia" (2001) o "El secreto de sus ojos" (2009), el último gran éxito del cine argentino.
"Escribe guiones y personajes casi para mí. Esto supone una doble responsabilidad. Además, nunca me ha ofrecido algo que no me gustara".
Lo que le gusta es el hecho de que el cine sea similar a las relaciones humanas, en continua evolución y lleno de amor y decepción. Y de saltos al vacío que son aún más grandes en el teatro, que considera "fantástico y genial, pero peligroso".
"Es un grupo de actores que ofrecen algo y un grupo de personas que asisten. Una reunión peligrosa que es lo que hace subir la adrenalina de una forma distinta".
Una sensación que adora tras una larga experiencia sobre las tablas, especialmente con la obra "Art", de Yasmine Reza, con la que estuvo varios años recorriendo los escenarios de Argentina y España.
El cine, explica, tiene muchas etapas posteriores y tienes tiempo de intuir la repercusión o aceptación que una película va a tener. Mientras que el teatro "es mágico, perverso y definitivo por la presentación directa al público". Ahí -sostiene con un gran sonrisa- "no te salva ni tu madre".
Así que su intención es seguir compaginando cine y teatro. Ahora le toca al séptimo arte con este cuento chino que habla de las relaciones humanas, de la soledad, de las diferencias culturales y del bagaje que cada uno acumula en su vida.
En su caso, asegura, es su cara la que va envejeciendo ante el espejo y muestra el kilometraje andado, la experiencia, los años en los que parecía que te ibas a comer el mundo, para darte cuenta después de que no era sí y de las grandes decepciones -"como debe ser", apunta-.
Todo ello está presente en su recreación contenida de Roberto en "Un cuento chino", una historia que partió de un hecho real: el hundimiento de un barco en China por una vaca que cayó del cielo.
Anécdota que el director leyó en un periódico y que decidió convertir en la primera escena de su tercer largometraje.
El resultado, una película que va camino de llegar al millón de espectadores en Argentina y que se estrena el día 17 en España y próximamente en toda Latinoamérica, Alemania, Italia o Francia.
"Un homenaje a la solidaridad de los argentinos". Una mirada "subatómica" sobre la gran masa de seres humanos que poblamos el planeta, sobre el absurdo como contrapunto de la fábula y sobre cómo, explica el director, "un chino y un argentino tienen la llave para solucionar los problemas del otro".