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Notas de un lector

Escuchar el mar por dentro

Tras la publicación e “El café de las desilusiones” y de “Noche y yo”, ve ahora la luz “Música lejana”, tercer libro de Joaquín Fernández de Silva

Publicado: 11/01/2021 ·
10:09
· Actualizado: 11/01/2021 · 10:09
Autor

Jorge de Arco

Escritor, profesor universitario y crítico. Académico de la Real Academia de San Dionisio de Ciencias, Artes y Letras

Notas de un lector

En el espacio 'Notas de un lector', Jorge de Arco hace reseñas sobre novedades poéticas y narrativas

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Tras la publicación en 1998 de “El café de las desilusiones” y, en 2015, de “Noche y yo”, ve ahora la luz “Música lejana”, tercer libro de Joaquín Fernández de Silva (Villanueva de los Infantes, 1970),

El volumen agrupa un amplio puñado de poemas que indagan en la existencia, en la infinitud de la belleza, en la revelación de la luminosa realidad. Con un verso bien acordado, la conciencia del yo va cristalizándose a través de un decir sincero, donde el ámbito de lo sensible se afana en trascender al par de una palabra despojada de artificios: “En el parque donde/ el hombre se resiente de su vitalidad,/ quisiera ser el blanco,/ rodar de mano en mano/ parecer inmortal, aunque después del juego/ sólo tuviese un brazo”.

     Como quien apura con avidez el cáliz de la vida, Fernández de Silva va recomponiendo fragmentos de su acontecer, pedazos de una acordanza que lo sitúan en un estadio con múltiples denotaciones. Hay amor y gozo, tristura y desconsuelo, mas todo su sentir constituye un territorio personal que se convierte para el lector en cómplice estancia: “Apartado recuerdo y solitario,/ lejano como la niñez,/ da vueltas dentro de la realidad/ de lo que aún sucede ahora y siempre,/ segrega la saliva de lo que es hoy/ en el terrible siempre que no pasa”.

 

Lo hímnico, lo elegíaco, lo celebratorio, se aúnan en este cántico común donde la Naturaleza juega un papel destacado. Porque los pájaros, la tierra rojiza, los pantanos, los arados, el bullir de los animales, el hambre de los peces, el humo de las estaciones…, se convierte también en materia lírica, en estados del alma que aletean  con la intención, tal vez, de vencer al tiempo y al fenecimiento, de mirar, al cabo, hacia un mañana distinto: “Es tiempo de escuchar el mar por dentro/ y cantar con el gallo alba tras otra/ la desaparición del firmamento./ Tierra plana, tejado de la noche,/ dejar crecer las uñas,/ saltar sobre la muerte si apetece”.

     El hilo de estos poemas se pespuntea mediante un iris empírico, mediante una mirada que ha ido bruñéndose y alimentándose de todo aquello que redunda en una vívida contemplación.

En su prefacio, Rafael Morales Barba anota que esta música lejana llega “con la verosimilitud de quien no ha manufacturado un libro, sino lo vuelca desde el venero de su propia vida como fuente y sin miedo a equivocarse”. Y, es cierto, que en estos versos anidan el pensamiento y la nostalgia, la sabiduría y la piedad, la intimidad y la herida del que ha transitado -y transita- de forma valiente por las calles del tiempo.
    En suma, un poemario pleno de humanidad, escrito desde el lumbror que despiertan las dudas y los anhelos: “…la vida trata también de eso,/ llegado su momento/ se debe aligerar/ el peso muerto de las almas,/ asumir la vereda establecida/ por los que en un principio atajos/ buscaban para sus mentiras./ La vida trata también de eso,/ sendas en otro tiempo intransitables/ en caminos de rosas convertidas/ por la mano del hombre”.

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