Largas cadenas humanas mueven artículos de primera necesidad como agua o mantas desde un centro de acopio improvisado en Ciudad de México hacia vehículos de distribución, un ejercicio de autogestión que muestra la enorme solidaridad en la ciudadanía que ha despertado el terremoto.
"Estoy orgullosa y se me hace un nudo en la garganta porque la respuesta que hay de parte de la población es muy buena", cuenta a Efe Jocelyn, una veterinaria que, por primera vez, hace de voluntaria.
El terremoto de 7,1 en al escala de Richter del 10 de septiembre ha dejado al menos 230 muertos en México. Cien de ellos, una triste cifra redonda, se registran ya en la capital, donde hay además cerca de 40 edificios colapsados y otros con daños muy graves.
Llegan ciudadanos con cajas de comida, agua embotellada, medicinas, sueros, mantas, papel higiénico, y sin respiro los voluntarios lo clasifican en espacios determinados para hacer el recuento.
Arriban vehículos, especialmente pequeños camiones de particulares, y se forma una cadena humana que transporta los insumos de punto a punto.
Sin descansar y con el semblante cansado, voluntarios de todas las edades llevan horas trabajando, de sol a sol.
"Se necesitan muchas manos todavía", pide Jocelyn desde esta explanada del Gobierno de la delegación (demarcación política) Benito Juárez, donde también hay un centro deportivo convertido en albergue para la gente desalojada de sus casas.
En su módulo juntan comida para bebé, pañales y papel sanitario. Y según explica, si bien reciben apoyo de la delegación, muchas decisiones se toman al momento, en un ejemplo de organización poco habitual en la ciudad.
En el módulo de Fernanda González se acopian alimentos básicos como frijoles, atún y pasta. Los marcan con un rotulador para, explica, evitar "que nadie se los lleve, y para que lleguen al lugar al que tienen que llegar".
La estudiante de Sociología lleva 10 horas sin parar. "Apenas pudimos tomar agua", afirma. Sentada en el suelo, las ganas de ayudar vencen el cansancio, y de igual manera sucede a las centenares de manos reunidas en este punto de la capital.
Es uno de los tantos centros de recolección de productos básicos instalados tras el poderoso terremoto, que tuvo la triste coincidencia de acontecer el mismo día, pero 32 años después, del gran sismo de 1985 que dejó miles de muertos.
La sociedad está conmocionada y los dramas se acumulan, como el del Colegio Enrique Rébsamen, en el sur de la capital, que se derrumbó dejando al menos 37 muertos y varios niños todavía sepultados. Hasta cuatro han dado incluso señales de vida.
En este contexto, el trabajo de los voluntarios, de toda edad y género, es como una sinfonía, a veces sin compás, pero llena de sentimiento.
Omar López tiene 18 años y, junto a tres personas más, su consigna es la de recopilar todos los sueros y productos de hidratación.
"Van a llegar como mil sueros y nos ponemos nosotros mismos de acuerdo para poder ir clasificando", relata el joven.
Para Omar, los motivos son muy claros: "Se trata de apoyar, como a mí me gustaría que me apoyaran cuando hay un problema así de grande".
Desde este fatídico 19 de septiembre, que recuerda con amargura el devastador terremoto de 1985, la ciudadanía está en pie de lucha para salvar a los compatriotas.
Y los trabajos, la ayuda, no se reduce solo a los inmuebles derruidos. La solidaridad aflora más allá de las toneladas de escombros.