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Algunos agricultores esperan sin miedo mayor competencia del TTIP con la UE

"No tengo miedo a la competición con la agricultura europea. Estoy entusiasmado con que la haya", asegura Charles Isbell, de 30 años, y propietario de una explotación agrícola y ganadera orgánica, Keenbell Farm, cercana a la localidad de Rockville, a unos 180 kilómetros al sur de Washington DC

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C.J. Isbell, un joven propietario de una explotación agrícola y ganadera orgánica de Virginia, espera con entusiasmo la mayor competencia con los agricultores europeos que supondrá el futuro tratado de libre comercio e inversiones (TTIP) que la UE y EEUU negocian.

"No tengo miedo a la competición con la agricultura europea. Estoy entusiasmado con que la haya", asegura Charles Isbell, de 30 años, y propietario de una explotación agrícola y ganadera orgánica, Keenbell Farm, cercana a la localidad de Rockville, a unos 180 kilómetros al sur de Washington DC.

El incremento de la competencia en la agricultura a ambos lados del Atlántico es uno de los argumentos que pesan en el sector respecto al futuro TTIP, un ambicioso acuerdo que Estados Unidos y la Unión Europea (UE) quieren cerrar antes de que acabe el año para impulsar el crecimiento de sus economías y la creación de empleo.

Las exportaciones agrícolas de EEUU hacia la UE llegaron en 2015 hasta 13.000 millones de dólares, mientras que las europeas hacia ese país fueron de 25.000 millones de dólares, según fuentes estadounidenses.

Para ambas partes, que subrayan tener una relación estratégica sustentada en valores comunes y que va más allá de los lazos económicos, las negociaciones sobre agricultura son un asunto sensible.

Lo son en especial por los productos agrícolas, la seguridad de los alimentos y la presencia de los Organismos Genéticamente Modificados (OGM), el acceso a los mercados, los aspectos regulatorios y las indicaciones geográficas.

Para Charles "C.J" Isbell, que en su explotación de 80 hectáreas produce los granos y cereales orgánicos con que alimenta a vacas, cerdos y gallinas, su manera de producir es una manera de volver a los orígenes de su granja familiar en 1950 cuando su abuelo la gestionaba.

"Producimos granos como soja, maíz, trigo o centeno sin OGM, y de ellos luego se alimentan los animales", señaló Isbell, que subrayó que en su explotación "no se utilizan hormonas, esteroides, antibióticos ni transgénicos".

En esta granja, rodeada de otras que emplean la agricultura convencional, se presta especial atención a evitar que sus cultivos orgánicos se vean contaminados por los de sus vecinos, añadió.

"No plantamos, por ejemplo, maíz cerca de las plantaciones convencionales a menos de 8 kilómetros", dijo Isbell, al tiempo que afirmó que la agricultura orgánica "no es un concepto nuevo, es el futuro de la agricultura y la vuelta a lo que se hacia hace 60 años".

En su opinión "la agricultura tal como existe ahora no es sostenible en el largo plazo", a la vez que señaló que los principios de esta empresa familiar por tres generaciones "es ser responsables, sostenibles y centrados en la calidad. No vemos nuestros productos como una materia prima".

El etiquetado es igualmente uno de los puntos en que chocan las posiciones entre europeos y estadounidenses en esta negociación comercial.

Mientras la UE permite a sus veintiocho socios restringir o prohibir los cultivos que contengan OGM o transgénicos en sus propios territorios, la legislación estadounidense federal no contempla esa posibilidad aunque sí lo hacen algunos estados, preocupados como los europeos en el impacto sobre la salud.

Los transgénicos son comunes en la agricultura estadounidense, en especial en los cultivos de soja y de maíz, y según datos de la organización estadounidense Centro para la Seguridad Alimentaria (CFS) derivados de esos organismos están presentes en el 60 a 70% de los alimentos procesados.

Esta organización, favorable a que en EEUU haya etiquetado de los alimentos que contengan transgénicos, es crítica con una ley que sobre ese asunto se tramita en el Congreso con apoyo de demócratas y republicanos.

Esa ley, que se conoce en el sector como "Dark act (ley oscura)", si se a aprueba evitará que los estados adopten legislación sobre el etiquetado, como ya han hecho los de Vermont, Maine y Connecticut, mientras que otros 30 preparan proyectos similares.

Algunos legisladores avalan su posición con el argumento de que el etiquetado de los alimentos con OGM supondrá un potencial aumento de los costes para los consumidores, lo que niega el CFS.

La posición oficial estadounidense, que insisten en que el acuerdo final con la UE tiene que incluir una verdadera liberalización del comercio en todos los sectores, es que el etiquetado de los transgénicos debe "hacerse sobre bases científicas", lo que representa un elemento de confrontación en las negociaciones del TTIP.

"Sin la liberalización de la agricultura, el Congreso de Estados Unidos no dará su aprobación al TTIP", ha señalado al respecto el asesor del Departamento de Comercio e integrante del equipo negociador de este país, Robert Spitzer.

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