Con el Premio Nacional de Poesía bajo el brazo y con un nuevo libro de poemas, 'Misteriosament feliç', en las librerías, el poeta catalán Joan Margarit revisita los mitos de siempre, pues cree que “la originalidad es la palabra más nefasta para el arte”. Misteriosament feliç (Proa) recoge setenta poemas en los que, como ha dicho su autor en una entrevista con Efe, trato de “exponer la manera de alcanzar esa felicidad a la que hace referencia el título”.
Arranca el volumen con un poema aparentemente descorazonador en el que el poeta se desprende de todo: alfombras, cortinas, mesas, cuadros, cartas de amor, e incluso de la mayoría de sus libros.
“Yo soy de ciencias y la poesía debe ser exacta y concisa y se debe poner sobre la mesa lo que son las cosas, y la vida es dura. Si no pones de manifiesto –advierte– los auténticos desastres, miedos, no podrás llegar a la alegría”.
En el fondo, precisa Margarit, se trata de volver a Sócrates, aunque sea desde el punto de vista actual.
El tema de la humanidad enfrentada a la muerte, que ya en el siglo V a.C, recoge la fábula de Esopo "El viejo y la muerte", es un diálogo vigente desde entonces, aunque, como dice Margarit, se haya tenido que actualizar a lo largo de la historia, como hizo, por ejemplo, Thomas Mann con "Doktor Faustus", "porque la visión de la muerte no es la misma a principios del siglo XX que en el V a.C.".
Margarit reclama la necesidad que tiene el poeta, el artista en general, de "revisitar los mitos", pues opina que "en el arte sólo puedes aspirar a visitar los mismos lugares de siempre y sólo el tonto puede pretender crear nuevos mundos".
En su nuevo libro, el poeta leridano incluye sus particulares homenajes, entre ellos a su "padre literario", Ernest Hemingway, que en este caso aparece en un poema "como referente literario, pero también humano".
También tiene un recuerdo para Juan Ramón Jiménez en un poema sobre una habitación de la Residencia de Estudiantes.
Bécquer, otro de sus poetas fetiche, vuelve a repetir en este volumen, en el que no falta un homenaje personal a Estellés y al malogrado Ángel González.
"Se murió mientras acababa el libro y percibo que es casi el final de la generación del 50, de la que prácticamente sólo queda mi amigo Enrique Badosa", señala.