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Juan Rosen, Maestro Bordador: "Afortunadamente he roto el refrán y creo que sí soy profeta en mi tierra"

Apasionado de la Semana Santa, Juan Rosen ha vivido y vive por ella. Los 365 días del año. Por sus manos han pasado los ajuares más valiosos de las cofradías de toda España. Su taller, en Molinillo del Aceite, un auténtico museo, es un ejemplo de que el bordado en oro tiene más futuro que nunca.

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Tiene claro que los bordadores de oro, de vocación, como él, mueren con “el dedal en la mano”. Lo suyo fue intercesión divina, y nunca mejor dicho, porque aprendió el oficio con las monjas. Y la Virgen de la O, de la Cofradía de los Gitanos, tuvo buena culpa de este enamoramiento por las agujas, los hilos de oro y la paciencia infinita para crear auténticas obras de arte. Ahora, 40 años después, ostenta el título más importante de Andalucía en su oficio. Y cada día se encomienda a ella al levantarse.

Este 2016 cumple 40 años al servicio de la Semana Santa, ¿qué se le pasa por la cabeza cuando echa la vista atrás?
–Me gusta mirar hacia atrás, recordar los comienzos, maravillosos aunque duros. A mí no se me sube el arte a la cabeza, el dolor que me da la aguja es el único que se me ha subido.  Estos 40 años se me han pasado ‘volaos’.

Es el primero y único en toda Andalucía reconocido con la carta de ‘Maestro Bordador’, pero, ¿cómo fueron los inicios?
–Empecé en 1976, en el Convento de San Carlo, con las monjas. El 19 de abril, un Lunes de Pascua, que no se me olvidará nunca. Entré y me fui enamorando del bastidor, de las plantillas, de las formas... despertó esa vocación dormida y me enamoré. Empezó como un hobby y no pensé nunca en la trayectoria que iba a tener. En aquel tiempo no había ningún varón. Después estuve en Sevilla con la maestra Esperanza Elena Caro, en el 81.

Dejó los escenarios y su profesión de bailaor por la aguja, ¿qué hubiera sido de usted de no ser bordador?
–A lo mejor hubiera hecho como mi padre, montar una academia de baile porque siempre me ha gustado la docencia. No sé, el destino venía así, la Virgen de la O tuvo la ‘culpa’.

Como en todos los sectores, el del bordado habrá tenido sus más y sus menos, ¿cuál es su salud en la actualidad?
–Maravillosa, el mejor momento de toda Andalucía con su primer Maestro Artesano. Aunque no lo debo decir yo, debemos valorar más lo que tenemos en Málaga. Cuando salga otro, ya veremos (risas). Yo, afortunadamente, creo que he roto ese refrán, yo sí soy profeta en mi tierra.

Por sus manos han pasado una interminable lista de trabajos que lucen en la Semana Santa de toda España, ¿cuáles han sido los encargos más especiales?
–Seguro que paso de las mil obras, todos, desde el primero hasta el último no se olvidan. A mí me han ayudado a vivir y yo soy persona ‘bien parida’. El primer trabajo que yo hice para la calle, de forma profesional, fue un vestido para la salida de la procesión de la Virgen del Gran Perdón, de Jesús del Prendimiento, que sale el Domingo de Ramos. Cobré 20.000 pesetas, estaba hecho con un vestido de novia y unos bordados sencillos, y hasta hace pocos años lo sacaba en procesión. También haberle trabajado a la Cofradía de los Zarzillos de Murcia fue un lujo; el terno de la patrona de Valencia, fue maravilloso.... El manto que hicimos a la Virgen de la O, que disfrutamos todo el taller, porque era la primera vez que mi Virgen lucía un manto bordado. 

¿Alguna espinita clavada todavía?
–Espinita no tengo ninguna. He he hecho tanto que lo que venga, bienvenido es. A mí me gusta restaurar, me va la marcha (risas), me gusta lo antiguo, recuperar... Como el Pendón de la ciudad de Carlos III de 1753 que está expuesto en el Museo Municipal, en la Coracha. Cuando doña Rosario Camacho opinó sobre la restauración del trabajo fue maravilloso. Para mí, no hubo más.

Es una profesión dura, en la que se requiere vocación, paciencia... y buenos discípulos para seguir el legado. ¿Están garantizados otros 40 años más?
–Esta profesión es vocacional y nunca se termina de aprender. Esperanza Elena Caro me decía que era como la numeración, interminable. Oficialmente estoy jubilado pero quitarme del bastidor, nunca jamás. Los bordadores de verdad, los que hemos pasado sinsabores, deslealtades o momentos de gloria, tenemos que morir con los dedales puestos. Estaba temeroso de qué pasaría cuando me jubilara, pero no. Juan Manuel Molina lleva ya 25 años y Antonio Pérez, 27. Ellos tienen su título de bordador de oro, que renuevan cada cuatro años, y espero que en el futuro tengan también su carta de Maestro Artesano.  Que será para toda la vida.

¿Vamos a ver algo del taller en las calles de Málaga?
–Lo hemos visto ya, en octubre, con la Virgen de la Candelaria, a la que le restauramos el manto y lo lució en Málaga y después, en Colmenar. Para Málaga este año no hemos hecho nada, hemos trabajado todo para fuera, para Córdoba, Cádiz... Nosotros tenemos trabajo en más de 20 puntos de toda España, creo que es el taller que más producción ha dado a la geografía española. El año pasado, hasta a Canarias.

Estamos en la Cofradía de los Gitanos no por casualidad, lo suyo con la Virgen de la O va más allá de la devoción...
–¡Ay, mira! (suspira), yo no sé, yo estoy ‘majara perdío’. En mi dormitorio tengo a mi Virgen en los cuatro puntos cardinales. Me despierto, veo a la Virgen. Me acuesto, la veo. No sé si es devoción, idolatría, adoración....yo le tengo mucho fe. Me pongo en sus manos y que sea lo que tú quieras, le digo.

Si le pregunto por  los momentos más especiales de su Semana Santa...
–Cuando se abren las puertas de la hermandad de los Gitanos, emoción y recuerdo. El recuerdo de cuando ví a la Virgen por primera vez, en los Mártires, cuando entonces estaba en la Cofradía del Huerto. Entré un año después de que su bendición, en el 71. Cuando estábamos en el ‘tinglao’, con la lluvia y el frío. No reniego de él, porque he echado los dientes en él, pero donde esté la Casa Hermandad, que se quite todo. Mucha satisfacción, de verla salir en trono ‘prestao’, en trono de segunda mano, con palio de bulla, con manto liso, con cosas prestadas... y ahora, dueña de su trono. La Virgen de la O tuvo que esperar 25 años para tener una corona; 33 años, para un manto bordado... Es la Virgen de la dulce espera.

¿Cuál es la ruta de Juan Rosen estos días?
–Además de la salida procesional de mi cofradía, la Esperanza. Que, como dice mi querido amigo del alma Antonio Garrido, es la apoteósis. En la calle Carretería, donde la ví por primera vez en procesión. Y eso no se olvida. También me gusta el Huerto, en Carretería con ese ‘pedazo’ de árbol que pilla de calle a calle, de casa a casa, es maravilloso. Me gusta el Prendimiento, me gustan todas. Me gustan más las cofradías que rozo todos los días, la Pasión, la Cena, el Sepulcro, mi cofradía y el Huerto, que son de los Mártires y son las que veo todo los días. El Sepulcro se fue al Císter, pero yo sigo viendo a la Virgen todo los domingos. Me gusta ver el Amor y la Carida bajando por Carretería, al inicio, cuando viene de calle Álamos bajando, con el manto... Málaga tiene unos contrastes increíbles.

¿Nada que envidiar a nadie?
–De envidia a nadie, nada. Al revés. A lo mejor nos envidian a nosotros. A mi me gusta Sevilla y estoy muy agradecido con ellos, los cuatro años que me tiré metido en el taller, he sido hermano de la Macarena, he tenido la suerte de llevar a la Virgen en mi hombro para depositarla en el Camarín y tengo amigos allí que son mi familia. Yo no concibo esa rivalidad que hay. Pero para mí, la mía es mejor.  Quienes la critiquen cuando van fuera, deben ayudar a sus cofradías a revitalizarlas para que sean esplendorosas porque han sido de sus padres, sus abuelos y sus antepasados.

Un deseo para este año.
–Que no llueva ningún día, que haga un tiempo espléndido. Los cofrades que trabajamos todo el año, día a día, no estamos preparados para quedarnos dentro. Queremos salir a la calle. 

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