Si usted reside en la provincia de Cádiz y pretende disfrutar de las maravillas de la provincia de Sevilla, o viceversa, ya sabrá que desde hace casi cincuenta años ese placer tiene un precio que, tras todo ese tiempo, es lo más parecido a un impuesto revolucionario: los más de 14 euros que cuesta cruzar la frontera-peaje en trayecto de ida y vuelta. Si usted es de los que se lo puede permitir pocas veces, multiplíquese por muchos más que estén en su misma situación para hacer las cuentas de lo que tanto Sevilla como Cádiz pierden cada fin de semana a causa de tan abusiva -por reiterada y prolongada- imposición, y con la única alternativa viaria de la N-IV, que es toda una invitación a quedarte en casa.
En televisión muestran a los usuarios de otra autopista andaluza, la que une la población almeriense de Vera con Cartagena. Sus rostros al llegar a la barrera de control desprenden cierta satisfacción ante la pregunta de una periodista. A partir de este domingo podrán circular por la misma de forma gratuita gracias al rescate ejecutado por el Ministerio de Fomento. La alegría no les durará mucho, o sí, ya que la intención del Gobierno es licitar de nuevo su gestión tras la quiebra de la anterior operadora: ... y en seguida se suceden los agravios comparativos.
Por ejemplo: aquí solo se mueve un dedo cuando la perjudicada es la Hacienda Pública, pero no cuando lo son los ciudadanos. O, uno más, todos los reparos que han hecho posible la prórroga de la concesión de la AP-4 frente a las reivincaciones políticas, sindicales y empresariales, han brillado por su ausencia a la hora de invertir en autopistas fantasmas que ahora se ve obligado a rescatar Fomento ante su ¿inesperado? fracaso.
Pero volvamos al caso de quien solo se puede permitir viajar de Cádiz a Sevilla o viceversa en muy contadas ocasiones a lo largo del año, y pese a su proximidad. Podríamos citar también al transportista, al empresario, al estudiante, a los que deben hacer uso de la autopista a diario y por necesidad, pero quedémonos con ese perfil tipo, el del elector medio al que tanto aspiran los partidos políticos cuando hacen campaña, pero frente al que tanto les cuesta meterse en su piel. Tal vez porque no saben lo que es pasar por el peaje de la AP4 e introducir la tarjeta -alguien lo hace ya por ellos-, ni lo que es hacer contados planes para volver al asombro de la Giralda o al de las olas del mar espumando las rocas de la Caleta, por el mero hecho de mantener vivo ese asombro, que es también orgullo de nuestra tierra.
Y así han pasado los años, ahora que ya solo contamos los meses hasta diciembre de 2019, mientras otros hacen bandera de un final evidente pero para el que todos quieren hacer méritos, pese a que solo sea una cuestión de inercia, porque pocos, hasta ahora, se asomaron por la ventanilla del coche oficial para ver cuánto marcaban los dígitos del peaje: un gesto sencillo, sí, pero no tan al alcance y tan a menudo para todos.
Por ese mismo peaje han debido pasar esta semana la presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz, y el presidente de los populares andaluces, Juanma Moreno. Los dos de visita cofradiera, poniendo de realce la labor de las hermandades y la referencia semanasantera de la provincia como atractivo turístico de primer orden. Los dos con la mente puesta ya en las autonómicas del año que viene; los dos en capilla, para reforzar su compromiso con las tradiciones y, por supuesto, con el electorado; él con más urgencias que ella, jugando al anhelo de “cuando yo sea presidente de la Junta”; ella, con más dominio de la situación que él, siempre con la promesa y la respuesta oportuna, como quien juega en casa.
Es la política de la consigna y la estrategia, la que persigue el contacto a pie de calle, la cercanía, la sonrisa amable y el aplauso fácil, aunque de regreso a Sevilla no tengan que preocuparse de pagar el peaje, ni siquiera de preguntar cuánto cuesta. Tan cerca, tan lejos.